Mi vida por ti, Selena…


“¡¡Quiero hablar con el señor Quintanilla!! ¡¡Es muy urgente!! ¡¡Por favor, avísele!! ¡¡Hay una vida en peligro!!” La recepcionista de q-productions me miraba entre asustada y perpleja. Yo estaba decidido y desesperado. Ya no podía seguir con ese dolor. Ya no podía seguir soportando que este mundo viviera sin Selena. No podía tolerar que Selena no tuviera derecho a ser feliz, a ser exitosa, a obtener todo lo que se había propuesto. No podía soportar que se nos fuera justo ahora, ahora que el camino lo tenía allanado, cuando sólo tenía que seguir el plan trazado y ver cómo en poco tiempo todo el mundo la adoraría. No podía tolerar que Selena se nos fuera ahora, en la flor de la vida, con su juventud a pleno, con tanto por hacer, con tanto por vivir. Ya no podía soportar las eternas y tontas discusiones acerca de que si su éxito se debía a su partida de este mundo o no. Quería que el mundo no tuviera más dudas de ello. Ya no quería ver esa imagen, esa imagen tan triste de Selena, tan impropia con su vida, con sus ganas, con su hiperactividad, con su paso triunfante en la vida. Me era insoportable todo, todo era intolerable para mí. Podía entender muchas cosas. Toda mi vida busqué una explicación “razonable” a tantas locuras que se hacen en este mundo. Pero nunca pude entender ni asimilar lo que le había sucedido a Selena. Porque más allá de todas las razones, más allá de lo que Selena había generado en tan sólo 23 años, no podía entender que Selena no haya podido vivir, que ella fuera la única víctima de su increíble historia. Ya no. Ya no podía soportarlo. Hice lo que tenía que hacer. Invoqué e imploré a cuanto Dios hubiera en el Universo para que escuchara mis plegarias y aquí estoy, dispuesto a todo, dispuesto a torcer esta historia. No me importa ninguna consecuencia. No me interesa ningún efecto colateral. Ni siquiera me interesa lo que me pueda suceder a mí. Lo único que me importa es Selena. Lo único que me interesa es que Selena se salve. Lo único que me interesa es que este día no llueva y que salga el sol…

La recepcionista me pidió en un confuso español que esperara un rato allí y sin despegar sus ojos de mí se metió en el estudio de la empresa de Abraham Quintanilla. Mientras tanto, tenía la atenta mirada de un vigilante que estaba apostado allí y que, luego de una indicación en inglés que le diera la recepcionista, se sentó en una silla frente a mí no sin antes sonreírme, saludarme poniéndose el dedo a la altura de su ceja derecha e invitándome a que tomara uno de sus chicles, a lo que me negué con cortesía. Mientras esperaba con los nervios que me partían la cabeza y me hacían doler el estómago, llegué a apreciar la infinidad de fotos que había de Selena, los afiches de Coca-Cola, los premios obtenidos y hasta el anuncio de su futuro disco en inglés. Lo miraba con ternura y con Amor, pero cuando recapacitaba el solo hecho de pensar que pronto ese lugar se convertiría en un museo en su recuerdo me hacía desesperar más y más. Miré el reloj con los nervios de punta y pensé en si no hubiese sido mejor ir a ver a Selena sin más. ¿Pero cómo decirle lo que le iba a pasar delante de esa nefasta persona? Y aunque la pudiera ver a ella sola … ¿cómo decirle que corría riesgo su vida? Y si acaso ella pudiera llegar a atender mis ruegos … ¿cómo decirle que esa despreciable mujer la iba a matar? ¿Cómo sostener la mirada a ella después de decirle semejante cosa? ¿Cómo no esperar que ella podía tomarlo de mala manera y lograr un resultado aun peor de lo que ya era antes de proponerlo? … El sólo pensar ver a Selena molesta y muy enojada conmigo por esto, y sin entender razones, me había hecho decidir ir a ver al padre y a A.B. Tal vez ellos podían llegar a entenderlo mejor, pero no tenía tanta seguridad. A esta altura de las circunstancias yo sabía que todos, y no sólo Selena, tenían una relación de unos cuantos años con esa persona. El hecho de que ahora las relaciones se habían puesto tensas, sobre todo entre el padre de Selena y ella no quitaban esa realidad. Y encima yo estaba seguro de que nadie de la Familia Quintanilla pensaba que esa despreciable mujer podría ir muy lejos con sus planes siniestros. Yo estaba convencido de que ellos estaban seguros de que tenían todo controlado. Todo era difícil de abordar para mí, pero algo tenía que hacer. No podía tolerar ya saber que esa mujer le quitaría los sueños a Selena. Y estando aquí, aún no me atrevía a decírselo sin que ello implicara verla alterada y mal, y que me gritara por lo que ella pensaría una mentira de un desconocido, con acento extraño y proveniente de un país tan lejano … De pronto, veo que el guardián se levanta y dice “¿Quiere que avise a la policía?”. Cuando trato de ver por qué y a quién le decía eso, diviso al padre de Selena avanzando sin mirar al guardián y con la rapidez de buscar la salida. Pero de pronto veo que desde atrás la recepcionista me señala, él me busca con la mirada hasta que me encuentra y me hace una señal de que lo acompañe a su despacho. Yo lo sigo sin saber cómo decirle lo que tenía pensado afirmarle y cómo tomaría mi alarma…

En cuanto entramos al despacho, yo me adelanté para evitar que sus preguntas sobre quién soy yo fueran lo prioritario. No anduve con rodeos. No había tiempo que perder. “Señor Quintanilla. Ya sé que no me conoce ni tiene por qué creerme. Pero le pido por el Amor de su hija que vaya ya al Motel Days Inn. Si su hija no llegó ya con la presidenta de su club de fans a ese lugar, lo hará pronto. Se lo pido por favor: ¡¡Vayamos ya!! ¡¡Esa mujer hará algo del cual si no lo impedimos pronto lo lamentaremos de por vida!! ... Mire. Yo me comprometo. Si quiere, una vez que estemos allí y hayamos acabado con todo, me entrego a la Policía y me someteré a cuanto interrogatorio quieran hacerme. Sé que A.B. está aquí con usted. Si quiere, dígale que venga con nosotros, y de paso vigila mis movimientos y certifica lo que le estoy diciendo. Yo sé que ustedes esperan que a la tarde venga Selena a grabar algo más de su disco en inglés y a prepararse para el concierto de mañana en Los Ángeles. Sé que pronto terminarán sus actividades de edición de ese nuevo disco, se irán a almorzar y esperarán a que venga Selena. ¡¡Pero eso no sucederá si ahora no hace algo para impedir una tragedia!! … Mire. Llame a Selena. Trate de localizarla. Llámela por el bipper. Intente ver si la puede encontrar en su casa. ¡¡Verá que no está!! ¡¡Hágalo, por favor!! ¡¡Hágalo por Selena!! Su vida corre peligro. ¡¡Esa mujer la va a matar!!”. Y rompí en llantos. El padre de Selena no sabía qué hacer. Hasta allí parecía que sólo me escuchaba sin ánimo de hacerme mucho caso y más proclive a avisar a la policía antes que hacer lo que yo le estaba rogando. Pero mis últimas palabras y mi ataque de llanto lo alarmaron. En un punto debió haber tomado consciencia de que esa mujer no iba a tolerar así porque sí lo que él había decidido. Que realmente podía llegar a hacer algo tremendo. Sin hablarme fue hacia el teléfono y empezó a hacer unas llamadas, mientras me hacía señas de que esperara un ratito. Debe haber llamado al bipper, a la casa de Selena, incluso a la casa de la Suzette. Y noté que su cara se transformó en honda preocupación. Colgó el teléfono, se incorporó y llamó a la persona de seguridad. Luego se dirigió a mí y me dijo. “Voy a hablar con A.B. Puede que tengas razón. No localizo a Selena. Yo no sé quién eres ni por qué sabes tantas cosas que ignoramos. Pero poco importa ahora. Luego las aclararemos …Vendrás con nosotros. El guardián nos acompañará por precaución y para cerciorar de que no tienes otras intenciones. Pero limítate a seguir nuestras órdenes. ¿Entendido? Tú dinos qué se supone está haciendo Selena y dónde está en cuanto nos vayamos de aquí”. Y una vez que dijo esto esperó un asentimiento de mi parte. Yo le dije que sí con la cabeza y él se marchó con rapidez al estudio. Pronto llegó James, la persona de seguridad, y me dijo que permaneciera junto con él hasta nuevo aviso. En pocos segundos él recibió un llamado y me indicó que lo siguiera con prisa. Corrimos hasta dar con el auto de Abraham Quintanilla. Me hizo subir y en cuanto nos acomodamos salimos rápidamente de q-productions. A.B., que estaba delante y al lado de su padre, volteó su cabeza y me saludó con una sonrisa nerviosa y pronto me dijo: “Antes que nada dinos al menos cómo te llamas y de dónde vienes. ¿De qué se trata todo esto? Qué pasa con mi hermana? ¿Qué le va a suceder? ¿Qué se supone que le hará Y…?

“¡¡No la nombres, por favor, A.B.!! Ese nombre hace tiempo que me da náuseas. Trata de no nombrarla. Si supieras lo que va a hacer entenderías mi razón. Yo me llamo Sergio y soy de Argentina. ¡¡No puedo decirte más pues no hay tiempo que perder!!”, le imploré. “¿Pero por qué haría eso? ¿Qué mal le hicimos? Podríamos haberla denunciado. Podríamos haberla despedido sin más prometiéndole no hablar de lo sucedido. Es una pobre mujer que llegó más lejos de lo que pensaba. ¿Qué mejor que retirarse con el futuro asegurado y nuestro agradecimiento por los servicios prestados?”, dijo A.B., buscando una explicación a algo que no le encontraba sentido. “Pero creo que nunca pensamos que ella no iba a tolerar estar fuera de Selena sin controlarla, sin que haga lo que ella quisiera. Ella estaba acostumbrada a eso”, dijo don Abraham, muy confundido, no sabiendo si ir al Days Inn o tratar de localizarla en el camino, acaso entendiendo que algo no habían tenido en cuenta a la hora de enfrentarse con ella. “Es que ustedes se equivocaron al exponer a Selena en ese conflicto. Miren. Yo no sé cuál es el verdadero problema que tienen con esa mujer. Pero sea cual fuere el inconveniente y la gravedad del asunto, nunca debieron darle a entender que Selena sabía todo y aprobaba su decisión. Esa mujer estuvo insistiéndole en todo momento para que la apoyara. Sabía que con usted no podía ya, pero sí con Selena haciéndola sentir culpable. Pero ya sabe que no puede lograr nada. ¿Ustedes sabían que dos veces compró un arma para balear a Selena? La primera fue hace 20 días pero la devolvió pues ustedes le aseguraron que seguiría trabajando para los negocios de Selena en México DF y Monterrey. Pero algo pasó para que volviera a adquirir el arma hace 3 días y tiene todo un plan para que parezca que todo es un accidente. ¡¡Pero por favor apúrese, don Abraham!! Vaya directamente al Days Inn. Seguro que Selena viene del hospital con esa mujer, y en cuanto ella entre allí no dudará en hacerlo. ¡¡Por favor, acelere. Espero que lleguemos a tiempo!!”. Abraham Quintanilla aceleraba pero un increíble caos de tránsito lo hacía demorar. En su desesperación me decía: “¿Pero cómo tú sabes tanto de nuestras cosas? ¿Pero cómo que Selena viene de un hospital? ¿Está herida ya? ¿Por qué está con ella? No entiendo. ¿Estás en tus cabales? ¿Cómo creerte?”. Cuando ya estaba por detenerse, A.B. le grita: “¡¡No, padre!! ¡¡Sigue el camino!! Hazle caso. ¡¡No estoy dispuesto a arriesgarme con tus desconfianzas de siempre!! ¡¡No perdemos nada si es una falsa alarma!! Además, el hecho de que yo me mantuviera bien al margen de estas cuestiones no quiere decir que confiara en ella. Esa mujer es capaz de muchas cosas. Siempre se ocupó de saber todo de nosotros, pero nosotros no sabemos casi nada de ella. ¡¡Él parece saber más de ella que nosotros mismos!!, dijo señalándome a mí. “¡¡Si, señor Quintanilla!! ¡¡Siga!! ¡¡Aún estamos a tiempo!! Y créale a A.B. No se sienta tan seguro de la verdad. Ella tiene todo planificado. Hizo salir a Selena a un hospital con la excusa de que intentaron atacarla. Su idea es que haya testigos que la vean el día del crimen con Selena en un día normal y sin conflictos. Ella ya está pensando en una hipotética defensa en un juicio. ¡¡Acelere ya!! Esto es como un caso de la serie “Columbo”. Usted sabe a qué me refiero. Por eso no dude más. ¡¡No hay más tiempo que perder!!”, le volví a rogar. “Es cierto. Es como ‘Columbo’ “, se iluminó don Abraham, como dándose cuenta de todo, y aceleró no importándole si violaba todas las leyes del tránsito. En pocos segundos estábamos en el Days Inn luego de que el padre de Selena había dado varias vueltas en círculo no sabiendo de los nervios si ir al hospital, si ir a su casa o si ir al Days Inn. Cuando llegamos, para desesperación de todos, vemos que Selena iba camino a entrar junto con esa mujer a la habitación 158. Cuando Abraham Quintanilla estaba por gritarle a Selena, yo lo atajo y le digo que no grite. Que eso sólo empeoraría las cosas. “Ella agarraría el arma y tiraría sin más, estando más jugada que nunca”. Para colmo de males, un auto de la policía de tránsito se estaciona a unos metros con el mayor de los disimulos al saber que estábamos detenidos y empieza a pedirnos documentación a todos. Era por lo hecho por don Abraham antes. Él y su hijo comenzaron a hacer toda clase de señas en forma desesperada tratando de advertirles de lo que pasaba. El agente los miraba con desdén y sin ánimo de darles ningún crédito a sus gestos e invocaciones. Sentí que estaba todo perdido. Pero cuando observé que el otro agente me había visto y buscaba que yo le diera mi identificación, sabía que tenía una sola carta, una carta que tal vez no era beneficiosa para mí, pero sí para Selena, y entre pensar en mí o en ella no dudé a qué debía darle prioridad. Y decidí echar mi última carta…

Aproveché la confusión y corrí rápida y desesperadamente camino a la habitación del motel. Sabía que me quedaba poco, muy poco tiempo. En ese trayecto pasaron miles de imágenes por mi cabeza, pero desistí de pensar en mí, en lo que pasaría, en mi futuro. Sólo pensé en Selena, pensé que yo acaso podría impedir las lágrimas de tanta gente, podría impedir una tragedia, una injusticia, el triunfo del mezquino por sobre el espontáneo, del talentoso frente al mediocre. Pensé sobre todo en la vida de Selena, que era una vida que debía vivirse. Nadie más que Selena merecía vivir, nadie más que Selena merecía que se le cumpliera todo lo que se propuso realizar en vida. Si había algo que martirizaba mi mente y mi corazón era saber que esa mujer nunca tuvo nada y que había luchado tanto con honestidad y sacrificio para lograr todo. Y no podía tolerar que ahora que empezaba a ser libre para desplegar todas sus ideas y todo su talento alguien como esa persona se lo quitara y se vanagloriara con el tiempo de haberlo hecho usando las peores armas, que es su lengua filosa y voraz, propia de un ofidio ... No. No lo iba a permitir. Al principio tuve suerte, pues los policías me dieron orden de detención y cuando iban a disparar aunque sea para amedrentarme, A.B. se puso adelante y se ofreció él como ofrenda antes de que me dispararan. En un segundo al darme vuelta vi cómo los policías se ocupaban de detener al padre de Selena y a A.B., mientras pedían refuerzos para ver cómo me detendrían a mí y cómo me darían aviso. Ese tiempito de demora fue fundamental, suficiente para hacer lo único que podía realizar sin que nadie de esa habitación se diera cuenta de lo que estaba pasando afuera. Llegué a un pasillo que me llevaba directo a la habitación. Rogué no escuchar ni un disparo ni que la puerta se abriera. Tenía apenas segundos para actuar. En cuanto me acerqué escuché unos gritos, escuché una amenaza y no dudé. Empujé violentamente la puerta al grito de “¡¡Cuidado, Selena!!. ¡¡No dejes que te dispare!!”. Y me abalancé sobre ella empujándola y tirándola al piso al mismo tiempo que esa pérfida mujer apretaba el gatillo y me hería en un costado de mi pecho. Selena comenzó a gritar horrorizada cuando esa mujer, no contenta con lo hecho y con la furia de no haber podido lograr su cometido, volvió a apuntar el arma a Selena dispuesta a acabar de una vez con su vida. Desde el piso tomé una silla que estaba tirada y se la arrojé al cuerpo haciéndole volar la pistola a un costado. Ahí pude sentir un terrible dolor en el pecho y puede ver la sangre que me salía a borbotones de mi camisa. Vi que Selena quería correr a asistirme al grito de: “¡¡No te muevas!! ¡¡Estás malherido!! ¡¡Espera que busque ayuda!!”. “¡¡No te muevas, Selena!!”, le grité con el último gran esfuerzo que me quedaba. Esa mujer está buscando el arma. Trata de sacársela. ¡¡No parará hasta matarte!!”. Cuando vi que ella la estaba por recuperar y estando yo a unos metros del arma, logré interceptarla con un pie, por lo que calló de bruces al piso. Pero su furia no tenía límites. Se levantó, fue al arma y cuando estaba por disparar de nuevo, entraron los policías que estaban afuera y le dijeron: “¡¡Alto!! ¡¡Manos arriba!! ¡¡Queda usted arrestada!!”. La mujer, ya jugada, amagó dejar el arma y de pronto volvió a apuntar a Selena, pero uno de los policías le disparó y calló al piso maldiciendo su suerte. Cuando vio que todo había acabado, dejé que mi cabeza apoyara el suelo. Quería descansar. Ya no tenía más fuerzas. Pero estaba feliz de que Selena estuviera a salvo. Selena corrió hacia mí, me abrazó al mismo tiempo que llegaban don Abraham y A.B., y les dijo: “Pronto, pronto, por favor, llamen a una ambulancia. Está muy mal herido. ¡¡Él me salvó la vida!! ¡¡Hay que ayudarlo a salvar la suya!!”.

Quería dormir, pero Selena no me dejaba. Le decía con mi mejor voluntad que fuera con sus padres, con su esposo, con sus hermanos. Que era ella lo más importante y que debía salvar su vida. Selena me acariciaba el rostro y me decía que pronto estaría bien y que no me preocupara por ella. Ya el peligro pasó y ahora lo único que le preocupaba era yo. Trataba de que no hablara mucho, pero me decía que estaba intrigada sobré quién era y de dónde había venido, pero que ya habría tiempo para contarlo. Yo sabía que no había mucho tiempo. No quería esperar más tiempo, pues sabía que no tendría más fuerzas pronto. Aproveché que me sentía un poco mejor. Extrañamente sentía una pequeña mejoría. No quise dejar pasar ese momento y le hice un gesto a Selena mientras levantaba un poquito la cabeza. Ella trató de impedirlo, pero yo me puse el dedo índice en mi boca en señal de que me dejara hablar. Quería tener las suficientes fuerzas para emplearlas en mis últimas palabras: “Selena. Tú sabes que si yo no hubiese llegado a tiempo, tú ahora estarías en este lugar. ¿Sabes lo que eso hubiese significado, no? Yo sólo te pido una cosa, sólo una cosa. No te voy a pedir que te olvides de lo que sucedió. Al contrario. Quero que lo recuerdes. Quiero que te acuerdes bien de lo que pasó aquí y lo que pudo haber sucedido. Quiero que te des cuenta de que estás destinada a ser la artista latina más importante del mundo y una de las mejores que ha dado esta humanidad. Piensa que tienes todo el talento del mundo para cantar, para diseñar, para enamorar y cautivar a todo el mundo. Tú no sólo eres la Reina del Tex Mex. Tú eres la Reina del Mundo. Todo depende de ti. Pero para eso deberás tomar tus precauciones. Piensa siempre en ti. Piensa en tus prioridades. No le des importancia a los caprichos de los demás. El pasado, el presente y el futuro son tuyos. No te pido que no atiendas a los demás. No te pido ni que seas egoísta ni que dejes de ser espontánea. Sólo te pido que defiendas lo tuyo, que defiendas tus ideales, tu vida, tus sueños, tus anhelos. No te dejes llevar por las culpas que te quieran endilgar otros. Desconfía de la gente que sólo quiere que atiendas sus necesidades sin prestar atención a las tuyas. ¿Ya viste lo que ha hecho esa mujer contigo y lo que intentaba hacer, no? Pues bien. Yo sé que lo que has vivido es traumático, pero mira el lado bueno de este día. No sólo has salvado tu vida. Has aprendido a que tienes que valorar otras cosas para que nunca más te pase esto. Allá afuera hay un público que te ama. Permíteles que te sigan amando por lo que les das y por lo que eres. Que nunca te tengan que amar llorando tu ausencia y lamentando por tu suerte. Que nunca te tengan que tratar como un mito, como una leyenda. Que te quieran y que te puedan ver, agradecer, estrechar su mano, darte un beso. Permíteles ser felices viéndote a ti feliz. Ellos sólo quieren verte triunfar, pero para eso debes pensar en ti. Recuerda eso de ‘Mil abrazos y mil besotes a cada uno de ustedes’…”. “¡¡Sí, ya lo sé!!”, me interrumpió Selena. ‘¡¡Cuídense muchísimo y nos veremos muy pronto!!’. Sí, recuerdo esas palabras. ¿Cómo olvidarlas? … Es curioso. No es que las haya dicho sólo esa vez, pero en aquella oportunidad del Houston Astrodome me salió del alma decirlo. Sentí que al advertírselos a ellos también me lo advertía a mí misma. Sí, en realidad tienes razón. Tendré que tener un poco más de cuidado. Ya sé que soy mucho más que una simple artista texana con éxito. Ya sé que me esperan muchas cosas importantes y que tendré que saber afrontarlas…” … “¿Entonces me prometes que te cuidarás muchísimo?”, le dije casi exhausto pero con la fuerza necesaria que me daba mi propia desesperación por no tener la seguridad de que Selena era consciente de todo y de que cumpliría con lo que le imploraba…“¡¡Sí, claro que sí!!”, me dijo con lágrimas en los ojos. “¿Cómo no cumplirte lo prometido? Aún no sé quién eres. Sé tu nombre y de dónde eres por lo que me dijo A.B. Y sé que me quieres muchísimo pero no sé bien por qué aún. No sé por qué has hecho esto por mí, pero lo puedo intuir, lo puedo sentir ... Espero que me lo digas pronto. Pero ahora descansa. Estamos por llegar al hospital, ¡¡y espero que ésta sea la última vez!! ¡¡Y no me iré hasta verte bien!!”, me dijo lanzando una de sus clásicas carcajadas, por lo que intuía lo nerviosa que estaba ante mi estado y por todo lo sucedido … “¿Y los periodistas? ¿Y la policía? Todos deben estar buscándote. Esperarán tus palabras…”, le dije. “¡¡Que esperen!!”, me interrumpió. “Tú ahora eres lo más importante para mí. Y prométeme que te sanarás pronto. ¿Lo harás?”, me preguntaba Selena sin disimular sus lágrimas y su tristeza. Tal vez era necesario esto, que pasara por este dolor inesperado para que tomara dimensión sobre su propia vida … Yo asentí con mi cabeza y pronto comencé a cerrar mis ojos. En el medio de mi adormecimiento, vi que Selena se acercó a mí, me dio un fuerte beso en la mejilla y me dijo. “Duérmete, Sergio. Descansa. Ya tendremos más tiempo para hablar, pero quiero que sepas que estaré agradecida de por vida. Siempre estarás en mi corazón”. Empecé a derramar mis últimas lágrimas, pero eran lágrimas de satisfacción, de satisfacción por el deber cumplido…

Abrí los ojos y me sobresalté. Estaba en mi casa. Eran las 8 de la mañana. Tardé en darme cuenta de que el despertador estaba sonando insistentemente. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que había soñado. En realidad, había puesto mi deseo en un sueño, un sueño en el que mi propia vida estaba en juego. No quise ni prender ni la televisión ni la computadora. No quise enterarme de nada. No quería saber si aquello que soñé era un sueño o todavía no había dado cuenta de todo lo que me pasó en todo este tiempo. Enfilé para mi trabajo con la secreta esperanza de que todo estuviera distinto, de que la ciudad luciera diferente. Pensé en el cuento de Ray Bradbury en el que un hombre en un túnel del tiempo pisaba involuntariamente una mariposa, y a la salida de él todo lucía distinto, pero siniestro y horroroso. Yo deseaba vivir lo mismo pero con un distinto final. Salí a la calle imaginando una ciudad, un país, un continente, un mundo distinto y mejor, un mundo con paz y belleza, un mundo con Selena. Si eso llegaba a verlo, entonces no soñé nada. Lo viví todo. Y entonces sabré que lo que hice es cierto, no fue un sueño y nada fue en vano. Que salvé la vida de Selena. Por un instante salí con la ilusión de que estaba en el paraíso y que pronto vería a Dios. Pensé en una y mil variantes que me indicaran que no lo había soñado, que en realidad lo había vivido. Esperaba notar que nadie me reconocería en la calle, que mi trabajo no existía y que tal vez ya no tenía ni identidad, ni pasado, ni presente ni futuro. No importaba si nunca la iba a poder ver a Selena. No importaba si nunca la podría disfrutar. Lo más importante era tener aunque sea la ilusión de que había un mundo disfrutando a Selena, un mundo que veía a Selena viva y feliz…

Y sigo con la ilusión de que ese momento algún día llegará … Tal vez sea hoy mismo. ¡¡Que Dios oiga mis plegarias!!

Yo sólo quiero lo mejor para ti, Selena. Daría mi vida por ello…

Te quiere y te extraña…

Sergio Ernesto Rodríguez
(Buenos Aires, Argentina)








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