Nos veremos en Monterrey, Selena…


“¡¡Vieron, vieron, les dije que iba a ser así!! ¡¡No me digan que no les avisé!! ¿Qué creían? ¿Que les decía cualquier cosa cuando se los vaticiné? ¡¡Ahí lo tienen!!”, les dije a mis hijas cuando, contra todos los pronósticos, los Tigres de Monterrey habían ganado un partido increíble contra el América cuando parecía que todo estaba perdido promediando el primer tiempo. Una vez más me jactaba de mis poderes de adivinar lo que iba a pasar, de lo que podía suceder con tal o cual cosa, no sólo en el fútbol, sino en política, espectáculos, mirando una serie detectivesca, lo que sea. En realidad, no era adivino, ni lo quería ser. Si yo tuviera que explicar cómo acertaba con determinadas cosas era simplemente porque me fijaba en esos pequeños detalles que nadie se fija o que para muchos pasan inadvertidos. Alguna vez mirando la serie Columbo, cuando le preguntaban al famoso teniente de la Policía de Los Ángeles cómo era que se daba cuenta de quién era el asesino o por qué sospechaba del movimiento de tal personaje, él solía decir que él sólo daba cuenta de determinadas circunstancias que no condecían con la normalidad de la situación. Entonces, él decía que si una persona solía salir a correr todas las mañanas puntualmente a las 9 horas y el día del crimen no salió entonces él anotaba eso en su libreta para acordarse de que era una cosa que debía tener una respuesta, una explicación. Yo razonaba del mismo modo. Yo siempre miraba las cosas de un modo distinto. Si estaba mirando un partido en una cancha de fútbol, yo no sólo miraba a los que llevaban la pelota sino miraba el movimiento de todos. Eso me daba una idea de todo, me daba un panorama de lo que estaba pasando y de lo que podía pasar. Por eso mis hijas se reían. Más de una vez me vieron gritar “¡¡Penal!!”, al advertir una infracción en el área del equipo contrario, y casi como un eco se oía el mismo grito desde la pantalla de la televisión con la voz del relator y del comentarista deportivo. Pero estas cosas no me pasaban sólo en el deporte. ¡¡Claro que no!! Más de una vez decía que iba a pasar tal cosa del cual todos se reían y después el que se reía era yo al jactarme de haber acertado. Una vez había una candidata a presidenta en un lejano país sudamericano que estaba demorando el anuncio de quién la iba a acompañar en la fórmula presidencial. Era su reelección. Ya se dudaba antes si se iba a presentar a esa instancia, pues había padecido una desgracia familiar. Había muerto su esposo. Todos pensaban que no. Yo dije sí y acerté. Luego se dijo que el vicepresidente iba a ser el candidato Armando Bu, pero enseguida lo desmintieron y nombraron tantos posibles candidatos como el abecedario mismo. Yo le dije a mi esposa. “Vas a ver que al final va a ser el candidato Armando Bu. ¿Por qué? Muy simple. A la presidenta no le gusta que la prensa le adivine lo que va a hacer. Como ya se lo adivinaron van a decir cualquier cosa. Y cuando ya todos crean que el candidato es Darío Filmo o Eduardo Tomater, dirán que el candidato es, tal como se preveía, Armando Bu, el preferido de la presidenta”. Cuando llegó el anuncio, que aquí tenía mucha importancia pues lo decidido repercutiría en lo que sucedería en mi país, yo les volví a decir a mi esposa y a mis hijas: “Van a ver. Van a ver. Es como yo les dije, Es Armando Bu. ¡¡Es Armando Bu!!” Y cuando lo anunciaron, pegué un salto, grité como si fuera un gol de mi equipo y les volví a decir. “¿Vieron? Yo no digo las cosas por decir. Yo lo digo con fundamento”. Recuerdo que una de mis hijas, Yamila, me dijo: “Papi, papi. ¿Alguna vez errarás algún pronóstico?”. “Dudo mucho, dudo mucho. Tengo mucha intuición, pero puede ser que me equivoque alguna vez, pero ¿por qué me lo preguntas?”, pregunté intrigado. “Por nada en especial, me dijo, pero me gustaría que si alguna vez te pregunto qué puede pasar con algo o con alguien me digas lo que pienses y sientas, aunque sea malo. ¿Lo harás, papi?”. “¡¡Por supuesto!!”, le dije, abrazando a Yamila con Amor y dándole un hermoso beso. “No te preocupes, yo no te defraudaré”, le dije y enseguida se me vino encima Paula, mi otra hija, quien por celos esperaba que le diera el mismo cariño que le brindaba a Yamila. “Nunca nos mentirías, padre, ¿no?”, insistió. “Jamás”, le dije con total suficiencia antes mis dos amores. Mi esposa me miraba con cariño y me daba un beso de lejos, con la satisfacción de tener a alguien al lado que podía darle alegría y seguridad a sus hijas … Pronto daría cuenta de que eso que prometía y que parecía ser tan sencillo de cumplir sería una de mis más crueles pesadillas de las que no sabía si podría salir alguna vez…

Yamila tenía 12. Paula, 10. Ambas eran fanáticas de Selena. Todo el día escuchaban sus canciones, no se perdían nada de ella, ni un disco, ni un programa de televisión o de radio. Yo nunca le había prestado atención, más que nada por mis múltiples trabajos y porque me costaba seguir algo que me parecía muy ajeno y que creía que era más propio del gusto de las mujeres y de los niños. Sin duda había prejuzgado a Selena. Y lo pude certificar cuando llegó a esa larga serie de conciertos que diera al final de 1994, tanto en la Feria como en el Far West Rodeo. Mis hijas hubiesen querido ir pero eran muy pequeñas para mi gusto, y entre mi esposa y yo las convencimos de que no podían ir, que debían esperar un tiempo más. “Miren, hijas, ya serán más grandecitas y allí podrán hacer lo que quieran. Ustedes saben que Selena hace ya un tiempo que viene aquí varias veces al año. No será ésta la última vez. Esperen por lo menos un tiempito más, lo suficiente como para que puedan ir solas acompañadas con algún mayor, claro”, les dije. Ellas estaban muy entusiasmadas y este anuncio las desilusionó grandemente. Ellas hubiesen querido ir al concierto de la Feria. Tal vez las hubiese podido acompañar pero me parecía mucho llevar a las dos sin saber cuán peligroso era. En esto yo no pensaba en el público y menos en Selena. Si era por ello las hubiese dejado ir con la compañía de mi esposa, la mía o la de los padres de alguna amiga de mis hijas. Pero pensé en lo lógico, en lo natural. Pensé que había tiempo, mucho tiempo. Selena tenía 23 años, estaba en su mejor momento pero estaba lejos de tocar el techo de su carrera. Uno sabía, uno se daba cuenta de que la carrera de Selena era imparable y que pronto sería amada por todo el mundo. Que nosotros éramos privilegiados al ver los orígenes de su fama, el verla cómo iba evolucionando, cómo se convertía en una gran estrella. De hecho la fama que se ganó en esta ciudad le había dado proyección internacional a su carrera musical. Cuando Selena vino aquí en 1992 era sólo una famosa cantante tejana. Pero luego con su éxito aquí todo México, Estados Unidos, Centroamérica e incluso Sudamérica dieron cuenta de ella y ya por 1994 era de una de las principales artistas latinas encaminada a ser la mejor, sin duda. El sólo verla, el ver los éxitos que tenía, los premios que recibía y, fundamentalmente, lo querida que era ya daba cuenta de que no había nada ni nadie que la detuviera ... Y eso que yo veía todo de “refilón” ... Nunca me había detenido a observarla con detenimiento. Nunca la vi en toda su dimensión. Yo sólo la había visto por “partecitas”. Mis hijas muchas veces me tironeaban del pantalón para que me detuviera a verla cantar un tema entero, incluso mi esposa me pedía por favor que compartiera eso que tanto le gustaba a las niñas. Yo siempre prometía pero no lo cumplía. Aunque respetaba mucho a Selena, pensaba que no era para mí, pensaba erróneamente que estaba muy lejos de ella y de su música. Nunca se me ocurrió que iba a estar mucho más cerca de lo que podía imaginar … “Esperen niñas, tengan paciencia. Selena vendrá mil veces más y no faltará mucho para que ustedes la vean. Ya verán. Cuando se quieran acordar ya la estarán viendo en concierto…”.

Estaba por llegar fin de año. Recuerdo que estaba por salir de mi casa para preparar los últimos detalles para organizar la fiesta de año nuevo que se haría allí. Quería salir lo más rápida y disimuladamente posible porque tenía que comprar los regalos y casi no tenía tiempo para hacerlos, pero de pronto Yamila se me abalanza encima gritándome: “Papi, papi. Me tienes que llevar ya a la casa de Lupita. Es que hoy dieron en un programa un tema que Selena cantó en el Far West Rodeo y Lupita lo grabó. ¡¡Quiero verlo ya!!”. “¿Pero no puede ser más tarde? Es que tengo que…”, traté de explicarle. “No, no, ¡¡tiene que ser ahora!! Lupita se va esta noche a la casa de sus parientes en Aguascalientes … ¡¡y no volverá en dos semanas!! Y no voy a esperar para ese entonces para verla. Con suerte consiga que ella misma me haga una copia más tarde, pero yo no quiero esperar. ¡¡Por favor, papi!! Llévanos a Paula y a mí. ¡¡Es sólo un ratito!!”. Iba a decirles que no, que lo sentía, que esperaran la bendita copia, pero sentí culpa. La mirada de Yamila me impedía dar cualquier excusa. Siempre pensé que los hijos a la larga nos pasan factura de lo que hacemos por ellos, pero uno no toma conciencia y siempre abriga la esperanza de la contemplación, pero hay situaciones que nos dan cuenta de que ello muchas veces no sucede … Tenía la total seguridad de que Yamila y Paula me recordarían con odio para siempre si no las llevaba a la casa de Lupita. Y no iba a importar si en dos semanas lo vieran y si en un mes conseguían el concierto completo. Ellas recordarían el día que pudieron ver ese tema y yo no las dejé, como no las dejé verla en concierto en la Feria, en el mismo Far West Rodeo … Era demasiado. Los rostros de mis hijas lo decían todo. Era pasar del Amor al odio y resentimiento en un instante. Tal vez uno se resiste a la idea de que los hijos nos dejan de ver como ídolos para ver esa condición en otras personas. Pero cuando uno ve esas miradas sabe que hay que aceptar la realidad si es que uno quiere de verdad a sus hijos. Por eso, mientras pensaba cómo haría para hacer todo lo que me faltaba, les dije: “Bueno, está bien, vamos, pero sólo para ver el tema, nada más. ¡¡Y después nos vamos!!”. Mis hijas gritaron de una forma tal que jamás olvidaré y me abrazaron con un cariño inconmensurable. Sabía que ése iba a ser el mejor regalo de fin de año para ellas. Que ningún gran regalo suplantaría ver a Selena actuar en un concierto de hace unos pocos días atrás … O al menos eso yo creía hasta una hora después…

Llegamos como tromba a la casa de Lupita. Tuve que correr a gran velocidad para seguir el andar de mis hijas del auto estacionado a la puerta de la casa de los padres de Lupita. Apenas ella abrió las tres salieron corriendo para ver lo que había grabado su amiga. La madre de ella me recibió y me invitó a pasar para que yo también viera a Selena. “Yo admiro mucho a Selena. ¿Usted no? Mírela. Está fantástica. Se la ve cantando ‘Fotos y recuerdos’. Esta guapísima y se la ve divina actuando. Creo que no la veremos mucho tiempo más aquí. Me da la impresión de que pronto recorrerá el mundo y ya quién sabe cuánto tendremos que esperar para verla … ¿Quiere un café? Vaya con las niñas que ya se lo traigo. Usted disfrútela. ¡¡Yo ya la vi mil veces!!”. Yo asentí con una sonrisa y me adentré tímidamente al living en el que estaban las niñas esperando el momento tan soñado. Lupita puso “play” al casete que ya tenía preparado desde hacía mucho tiempo, en el que sólo avanzaba y retrocedía esos tres o cuatro minutos de felicidad, ese pequeño momento en el que se veía a Selena actuar. “¡¡Ven, padre, ven!! ¡¡Ven por fin a ver a nuestra Selena!!”, me dijo Paulita, y ya no me pude resistir. Me senté al lado de ellas y me dispuse a compartir con mis hijas por primera vez a Selena. Eran sólo unos minutos nada más. Ellas estarían contentas y yo satisfecho. Y pronto debía despacharlas y pensar en los regalos, en la comida, en el cotillón, en la bendita fiesta de fin de año … Al mismo tiempo que la madre de Lupita me acercaba sonriente y en silencio el café empezaba a ver a Selena cantando “Fotos y recuerdos”. Ella lucía hermosa con ese vestido azul y la veía más artista que nunca, muy carismática, con un gran dominio del escenario, y con una enorme autoridad y personalidad para llevar el concierto … pero algo pasó. No sé qué, pero intuí algo terrible, un destino cruel. Presentía que ésa iba a ser la última vez que Selena se presentaría en Monterrey. Que ya no habría otra vez y no era precisamente por alguna gira mundial de años que haría que Selena se olvidara de esta ciudad, su segundo hogar, como me dijo la madre de Lupita. No lo tenía tan claro. Tampoco sé qué era lo que me hacía pensar en eso. Veía a mis hijas supercontentas viendo a Selena y cantando con ella una de sus grandes canciones. Podía ser la letra, podía ser algún gesto de ella. Podía ser el público. Podía ser cualquier cosa. Pero estaba seguro de que le quedaba poco tiempo a Selena. Me sentía muy mal. “¿Y qué les digo ahora a mis hijas? ¿La verdad? Yo se los prometí. Si les digo lo que intuyo sabrían que es más que probable y no lo tolerarían … ¿Qué hacer? ¿Qué voy a hacer?”, me preguntaba una y otra vez. Ni siquiera podía remediar la culpa que me generaba no haber dejado que mis hijas vieran a Selena en la Feria o en el Far West Rodeo, pues ya había terminado la serie de conciertos. “¿Y ahora qué hago? ¿Cómo sostengo la situación? ¿Cómo soporto esta angustia?”, volvía a preguntarme. Recuerdo que mis hijas vieron mil veces el mismo tema. Al parecer cada vez que me pedían si podían ver de nuevo la grabación yo les decía que sí. Yo no me acordaba. Mi mente estaba en otro lado. No hay peor cosa que saber la verdad y no poderla decir. No hay peor cosa que guardar un secreto terrible con la angustia de que si uno lo revela es peor. Y más grave aún: saber que esa mujer tan encantadora se nos podía ir tan joven y que mis hijas jamás se repondrían de semejante pérdida…

Salimos de la casa de Lupita en dirección a mi casa. Como pude salí de la situación de disimular ante mis hijas mi angustia. Más de una vez me preguntaron qué me había parecido Selena y yo les dije que era espectacular. Pero mi tono y mi aire perdido les hacía preguntar si me pasaba algo, si estaba enojado. Más de una vez se los negué y más de una vez les dije que me pareció fantástica la idea de ir a la casa de Lupita. Cuando llegamos, mi esposa me esperaba, pero yo le hice una seña a las espaldas de mis hijas diciéndoles que debía irme por lo de los regalos. Le di un beso, luego les pedí a mis hijas que le dijera a su madre si se habían divertido y cuando ellas exclamaron que sí yo las abracé con mucha, mucha fuerza conteniendo el llanto. No sabía cómo iba a seguir. Me debatía entre no defraudarlas con mentiras, engaños, ocultamiento de cosas que sabía o decirles la verdad y hundirlas en el dolor y la angustia. Salí como pude de allí y de pronto mis planes cambiaron. Como si me anticipara a lo que estaba por venir compré un montón de discos, remeras, souvenirs, gorritos y cuanta cosa había de Selena. Me estaba anticipando al dolor de la pérdida, estaba regalándole a mis hijas cosas de las que indefectiblemente se aferrarían cuando Selena se nos fuera pronto. “Es todo lo que me queda de tu Amor … ¡¡Sólo fotos y recuerdos!!”, resonaba en mis oídos una y otra vez. Sabía que nada solucionaría esto. Sería pan para hoy, hambre para mañana. Sólo estaba postergando la verdad que indefectiblemente sucedería. “¿Qué hacer? ¿Qué hacer?”, seguía preguntándome en forma tormentosa. Cuando llegué, oculté como pude lo que compré, pero estaba sumido en un profundo dolor que casi no podía disimular. Tuve que pedirle ayuda a mi esposa para que me ayudara con la fiesta, pues le confesé que no me sentía bien. Cuando llegó fin de año, el único instante de placer fue darles a mis hijas lo que más anhelaban de Selena. Yamila y Paula no podían salir del asombro y de la alegría infinita. No lo podían creer. Me abrazaron, me dieron miles de besos, sólo tenían las mejores palabras para mí. “Papi, te quiero mucho. No sabes lo que significa esto para mí. El otro día te sentaste al lado mío para ver a Selena. Ahora estos regalos. Ahora sé que nunca me defraudarás, que siempre podré contar contigo”, me dijo Yamila y se quedó un tiempo largo abrazada a mí. Obviamente se me pegó Paulita dándome miles de besos. Esas palabras de Yamila pegaron muy fuerte en mi corazón y en mi Alma. Era lo más importante para mí, pero en ese momento era muy doloroso. Vivía al borde del llanto. Mi esposa me miraba sin comprender. Sabía que por algo había hecho esos regalos. No tenía escapatoria. Algo tenía que hacer, pero no le podía decir lo que intuía que iba a pasar. Tampoco podía quedarme con los brazos cruzados. Tal vez si podía dejar de sentir lo que podía llegar a pasar … Pronto busqué los lugares en los que se presentaría Selena y nada sería en Monterrey. Sólo sabía que haría otro Gran Rodeo allá en Houston a fines de febrero. Había algunos conciertos antes pero más pequeños. ¿Y si fuéramos a verla? Sí, ese concierto lo va a hacer. Estaba seguro. Empecé a hacer las averiguaciones correspondientes. Iba para adelante. No sé para dónde pero iba para adelante. Tenía que evitar decirles la verdad y la única forma de hacerlo era ver si acaso podía impedirlo, si acaso podía dejar de sentir esa horrible sensación…

De a poquito comencé a hacer las averiguaciones correspondientes para conseguir las entradas al concierto del Houston Astrodome. Y no sólo eso: tenía que conseguir los pasajes del avión, estadía y todo lo necesario para estar allí. Había pensado que lo mejor era reservar para unos cinco días, entre el 23 y el 28 de febrero, lo necesario no sólo para vivir el concierto sino la previa y el posconcierto, además de recorrer un poco la ciudad y los alrededores. Debía plantearlo como unas minivacaciones, como un lindo regalo que les hacía a mis hijas, ya que Yanina cumplía años el 20 de febrero y Paula el 12 de marzo. Sabía que era una locura, que iba a gastar mucho dinero. Encima tenía que regularizar los papeles del pasaporte, de la visa y de los permisos de los colegios para que dejaran salir a mis hijas del país. Era terrible tener que plantearles más de una excusa, más de un motivo. La causa era una, la más importante, y no la podía decir. No me importaba si al decirlo me tomaban como un loco o como un desubicado, o como un falso vidente que dice cualquier cosa para llamar la atención y ganar dinero con la inocencia de la gente. Eso no era lo que me importaba. Lo que me atormentaba era que no podía decirlo, no debía decirlo. Cualquier comentario mío llevaba el riesgo de que a la corta o a la larga lo supieran mis hijas, con todo lo que ello implicaba. Si había algo por el cual hacía semejante movilización era por ellas y porque no quería que sufrieran. Quería que al menos la vieran, quería que tuvieran una linda imagen, un hermoso recuerdo de Selena. Pero también sabía que eso podía ser contraproducente: ¿qué iba a hacer cuando se enteraran de la mala noticia? ¿Cómo lo superarían, quién las contendría? Sentía culpa, pena, dolor. Encima no sabía cuándo podía suceder la tragedia. Algo me decía que no faltaba mucho, que iba a ser muy pronto, pero no podía aún intuirlo. Tenía que ir para Houston y buscar la manera, hacer algo, averiguar, no sólo verla. Pensaba que si tal vez estuviera allí podía darme una idea de lo que podía pasar, alguna precisión. Estaba decidido. Por eso me alegré cuando tuve los boletos, los pasajes, los papeles, todo listo para ir a ver a Selena en su tercer gran Rodeo en el Houston Astrodome. Era hora de comunicarlo a las mujeres de la casa…

“A ver niñas, a ver Martha, ¡¡vengan por favor!!”, les dije apenas llegué del trabajo. “¡¡Les tengo que dar un gran anuncio!!” Paula vino corriendo primero, más lentamente apareció Yanina. Y a la segunda vez que grité por la reunión familiar vino mi esposa con aire contrariado. No quería alarmar a mi esposa por el asunto del dinero, por eso mentí en cómo llegué a este viaje. “Bueno, tengo que darles un gran anuncio, sobre todo a ustedes, niñas. Verán: por esas cosas del destino, alguien me ofreció en el trabajo participar de un sorteo para pasar unos días todo pago en Houston y ver un concierto que se llevará a cabo allí. Participé un poco por no desairar a mi amigo en el trabajo, otro poco porque me daban ganas de ir unos días de viaje para 4 personas. Pero en verdad no tenía ni media ilusión de ganar el premio. Pues bien: ¿a que no saben qué? ¡¡Gané!! ¡¡Nos vamos a Houston!!”. Al principio todos lo celebraron, pero no sentían que fuera un gran premio si era por unos pocos días y fuera de temporada, con todos los problemas que ello implicaba …”Es un lindo premio, ¿pero para cuándo es?”, me dijo mi esposa. “Es para fin de febrero”, le contesté. “Oye, pero falta sólo un mes para ello. No sé si tendremos tiempo para preparar todo para viajar allí”, me volvió a plantear mi esposa. “No te preocupes, Martha. Antes de comunicárselo a ustedes me aseguré de si teníamos todo en orden y lo está. Sólo faltaría avisar al colegio de las niñas: no creo que haya problemas con ello”, la tranquilicé. De pronto, noté que Yamila se había quedado mirándome fijo y en silencio. Algo la perturbaba, algo le hacía dudar. Luego de analizar la situación y de analizarme a mí mismo, miró a su hermana y le dijo: “Paulita: ¿no hemos visto el otro día que Selena se iba a presentar nuevamente en el Gran Rodeo de Houston? ¿No es por esa fecha?”. Paula se quedó pensando y cuando iba a salir corriendo a buscar la revista, yo les dije: “¿Y quién creen que es la artista del cual ganamos unos boletos para verla en concierto?...”, les pregunté sonriendo esperando la reacción. Paula empezó a gritar: “¡¡Es Selena. Es Selena!! La vamos a ir a ver, ¡¡por fin!! ¡¡No lo puedo creer!!”. Y se abalanzó sobre su hermana que llamativamente no había exteriorizado su alegría aunque se la notaba muy emocionada. Mientras ello ocurría, mi esposa se acercó a mí con cierta inquietud, desconfianza y preocupación. “¿Es cierto que has ganado ese premio?”. “Pues claro, ¿qué creías que había pasado? ¿Cómo crees que conseguí todo esto?, le pregunté tratando de disimular el verdadero motivo del viaje y de cómo había hecho todo. “Es que desde hace unas semanas que te noto extraño con tus hijas por el tema de Selena. Antes los regalos de fin de año. Ahora esto. No sé qué pensar”, me dijo algo consternada. Siempre supe que soy pésimo para mentir y ésta no era la excepción. Sabía que al otro día debía decirle a la única persona del trabajo con la que se contactaría mi esposa que debía decir que lo del sorteo era cierto, y si debía decir eso era porque lo que hacía era debido a la culpa que me había dado no dejar que mis hijas fueran a ver a Selena aquí en Monterrey … “No te preocupes, Martha. Es más simple de lo que tú crees. La otra vez lo hice pues recién tomé conciencia en la casa de Lupita lo tanto que quieren las niñas a Selena. Y creo que fui un tanto egoísta con ellas en decirles que esperen un tiempo para verla. No quiero ser un padre que sólo piense en el bienestar de uno. Quiero que las niñas me valoren por haberles facilitado las cosas para ser felices con lo quieren y no ser un egoísta que sólo quiere las niñas para sí siendo felices con lo que desearía uno. Lo demás fue casualidad. Tal vez Dios me escuchó y me facilitó las cosas”, le dije, mirándola con ternura. “¡¡Vamos, Martha!! ¡¡Mira lo felices que están las niñas!! Sólo son 5 días. Serán unos días para descansar, despejarnos y disfrutar. ¡¡Sólo habrá que contener a las niñas que se van a enloquecer!!”. Martha me abrazó y me dijo: “Tienes razón. ¿Sabes qué, Antonio? Eres una gran persona y tienes un noble corazón. Seguro que Dios te estuvo escuchando”. Yo sentí en el abrazo de Martha un gesto de fe, una apuesta a la confianza. No sé si me creyó, pero quería creerlo. No tenía por qué pensar que había nada malo. Dejó que llevara yo toda la situación sin preguntar nada más…

Habiendo pasado ya unas horas del anuncio y luego de cenar, Yamila se acercó a mí en silencio. La notaba extraña, como si algo raro viera en la noticia, como si intuyera algo, como si pensara que había algo más. “¿Qué pasa, Yamila, que no te has ido a acostar? ¿Estás aún excitada por la noticia? ¿No lo puedes creer?”, le pregunté acariciándole la cabecita. “Sí que te creo, papi. Sólo que me resulta extraño…”, empezó a decirme lentamente, como dudando de decirme lo que pensaba, como si planteándome su preocupación haría que supiera cosas que no quería oír … “Es que te noto algo cambiado, papi. Cuando Selena estuvo aquí te parecía que no estábamos en edad para verla, que ya habría tiempo … Ahora nos llevas a Houston. Al comienzo del año nos regalaste tantas cosas de Selena. Es como…”, me dijo Yamila mirando al piso, como si le diera vergüenza mirarme a la cara para hacerme estas preguntas, pero que ni así podía evitar decírmelas. Además, ella sabía que estos planteos no me molestaban para nada. Al contrario, prefería mil veces que me dijera lo que sentía antes que me enterara ya muy tarde después … “¿Es como qué, Yami?”, le pregunté con aire de tranquilidad pero algo intrigado por la conducta de mi hija … “Es como … como … como si fuera la gira de despedida de Selena. Como si no la vemos ahora no la veremos jamás. Tengo esa sensación…”. De inmediato abracé a mi hija tratando de no llorar en su cara. Cuando lo hice, sentí que Yamila temblaba como una hoja y estaba fría, muy fría. Traté de disimularlo lo más que podía, con la mayor naturalidad posible … “Pero no, Yamila. Para nada. ¿Cómo crees que Selena se va a despedir? Es muy joven aún. Ella cantará por muchos, muchísimos años. Aparte, si se fuera a despedir, ¿no crees que lo anunciaría? Y si no lo anunciara y lo fuera a hacer, ¿cómo lo sabría yo? No tengo manera…”, le dije con seguridad. “Pero tú tienes poderes. Tú sueles saber lo que va a pasar … Pensé que tal vez sabrías que Selena se iba a despedir…”, me dijo con una cara de tristeza y con gran angustia. Por un instante rogué a Dios que no estuviera pensando en lo peor, que cuando se refería a “despedida”, pensaba en eso, sólo en despedida de las actuaciones, nada más. Sin dejarla de abrazarla y acariciarla le dije. “Pero no, Yami, no. Si pensara eso te lo diría. Sabes que suelo jactarme de mis aciertos. Y aunque sé que no estaría dando la mejor noticia te lo diría, ¡¡claro que te lo diría!! Además, yo sería el primer sorprendido y el primero en decírtelo, pues si eso sucediera promovería juntar firmas para que no abandone la música, para que no nos abandone. ¡¡Te lo puedo asegurar!!”, le dije exultante. “Dime, papi. ¿Te gustó Selena cuando la viste en casa de Lupita? ¿Has visto que es fantástica?”, me preguntó Yamila con un semblante muy diferente, que denotaba tranquilidad. “¡¡Por supuesto, Yamila!! Yo ya sabía que lo era, pero ahora que le presté más atención y veo su evolución como cantante y artista, no se puede dejar de reconocer que es una grande que llegará muy lejos…”, le dije con una amplia sonrisa. Yamila me abrazó muy fuerte, esta vez más serena, sin estar tan fría, nerviosa y temblando. “¡¡Te quiero mucho, papi!!”, me dijo e hizo una larga pausa sin dejar de sostenerse en mí. Al rato me dijo: “Prométeme que nunca me mentirás. Que si me tienes que decir lo peor, siempre será mejor que me lo digas…”. Tragué saliva y la abracé bien fuerte. Tardé en contestarle pues sabía que notaría que estaba llorando. Sentí una presión terrible, pero tenía que afrontarlo. No iba a poder tolerar ver sufrir a mi hija. Ya lo estaba sintiendo y peor iba a ser con una gran desilusión … “Te lo prometo”, le dije y le di un gran beso. “Ahora ve a dormir y sueña, sueña con Selena”. Ella se fue rápidamente a su dormitorio. En cuanto supe que ya no saldría de allí salí al jardín de mi casa y lloré como nunca. Ahora sabía que tenía que impedir lo que iba a sucederle a Selena. Tenía que dejar de sentir esa horrible sensación, tenía que dejar de vivir esa pesadilla…

Cuando llegamos a Houston fue vivir una locura. Las calles estaban atestadas de gente no sólo del lugar sino de gente de innumerables Estados de los Estados Unidos y de México que ya habían venido para ver el concierto de Selena. No era para menos. Para muchos era el acontecimiento del año. Era el Tercer Gran Rodeo de Selena y todo indicaba que ella volvería a romper el récord de asistencia de público en ese enorme estadio. Ya lo había hecho en 1993 y el año anterior. Creo que fui uno de los tantos que se sorprendió sobremanera sobre la capacidad de convocatoria de Selena en tierra de los “gringos”. Si bien sabía que era popular aquí no me imaginé ver miles y miles de personas viniendo en procesión desde diferentes ciudades y pueblos del Estado de Texas. Jamás me imaginé ver tanta gente de Los Ángeles, de Chicago, de Boston, de Florida. Allí pude apreciar la dimensión de Selena en Estados Unidos que parecía ser mayor aun que en México y pude certificar que el futuro de Selena era enorme, sencillamente enorme … Se podía ver en eso que uno veía, pero también en la alegría, expectativa, esperanza, fe e ilusión de la gente. Había que ver lo contentos que estaban todos, la sensación de todos los presentes de participar en esa comunión de Amor con su artista. Se notaba que no sólo venían a ver a su cantante preferida … Venían a ver a un familiar, a la hija pródiga, a una hermana, una hija, una tía a la que se le desea lo mejor pues sabe lo que tuvo que hacer para ganarse su lugar en el mundo. Y encima ese cariño se emparentaba con su propia identificación con Selena. En ella la gente canalizó todas sus expectativas, todas sus metas en la vida. Todos sentían que si a Selena le iba bien a ellos también le iban a ir bien. Si Selena triunfaba ellos se levantarían cada mañana con el mayor ímpetu, con el mayor de los ánimos. Selena colmaba todas sus expectativas, todo un pueblo iba detrás de esa mujer que los interpretaba como nadie, como nunca nadie los había representado. Selena les había dado un lugar en un país, una identificación. Selena les dio un lugar en el mundo que empezó a prestarles un poco de atención. Podía explicarme en esta ciudad por qué les gustaba tanto Selena a mis hijas, lo que provocaba a mí, a mi esposa y a tanta gente semejante admiración. Es que Selena les cantaba a todos ellos, a todas las generaciones, a todas las razas, a todos los credos, y varones, mujeres, niños, ancianos y gente de todas las edades simplemente la amaban, y no sólo la admiraban sino que necesitaban certificar si estaba bien, si necesita algo. Todos la querían cuidar, todos pensaban darle todo a cambio de nada … como lo hizo Selena. Fue impactante ver todo esto y de pronto sumirme en la más absoluta depresión, cuando caía en la cuenta de que esta gente sufriría en no mucho tiempo. Aún no sabía cuándo pero sería pronto. Era horrible sentir eso e imaginarme lo que sería de Selena, lo que sería de esta gente, lo que sería de esta humanidad sin ella. Buscamos con nuestras hijas la manera de verla en los días previos al concierto. Fue imposible. Y cuando fuimos temprano el día del concierto al estadio para poder contemplarlo, quiso la providencia de que Selena apareciera del lado de los camarines para saludar a la gente aunque sea a la distancia. En cuanto mis hijas la advirtieron, salieron corriendo hacia ella. “¡¡Es Selena, padre, es Selena, vamos a saludarla!!”, gritó desesperada Paulita seguida de Yanina. Yo fui enloquecido tras ellas por temor a que se lastimaran y también porque no quería que invadieran ningún lugar restringido al paso con todos los problemas que ello me acarrearía. “Niñas, niñas, deténganse. Por allí no se puede pasar. ¡¡Las van a detener y a mí me sumarán un problema, por favor!!”, les imploré. “¡¡No te preocupes, papi!! ¡¡Estando Selena ello no ocurrirá!!”, dijo Yanina, al tiempo de que es tomada por uno de los agentes de seguridad quien la ataja en el aire para que no siga, mientras otro hacía lo propio con Paula. Mis hijas comenzaron a llorar implorando a Selena mientras que yo las tomaba mirando a los agentes con cara de lamento. “Tenga cuidado, señor, por aquí no se puede pasar. No hay que molestar a…”… “¿Y a quién iba a molestar estos dos tesoritos? ¡¡Suéltenlas ya!!”, irrumpió Selena dejando sin habla a los agentes que intentaron dar toda clase de disculpas. “Es que nosotros pensamos…” … “Ustedes pensaron mal. Yo estaba allí. ¿Qué les costaba avisarme que había unas niñas queriendo verme? Si no estuviera aquí debido a los ensayos o por estar descansando, lo hubiese entendido. Pero en este caso … ¡¡Ustedes ya saben lo que tienen que hacer!!”, los retó Selena mientras los agentes estaban mudos, con una gran vergüenza por haberla hecho enfadar. “Vengan niñas, no hay problema. ¿Quieren que les dé un regalo?”. Mis hijas gritaron un “Sí” enorme mientras la abrazaban al unísono. Y mientras las niñas no paraban de gritar, Selena no paraba de reír. “¿Pero niñas? ¿Es que han venido solas? ¿Dónde están sus padres?”. “¡¡Allí está mi padre!!”, me señaló Paula. Y allí Selena advirtió que estaba observando de lejos todo sin animarme a ir hacia ella. “Pero ven, puedes acercarte. ¡¡Mira que no tengo lepra!!”, me dijo Selena echando una enorme carcajada. Ella se apartó y me dio un enorme beso. “¿De dónde son ustedes? ¡¡Quiero saber algo más!!, me dijo intrigada Selena. “Nosotras somos Yanina y Paula, y mi papi se llama Antonio. Mi mami se llama Martha y se quedó en el hotel, pero pronto vendrá”, le dijo Yanina a Selena dejándome con la boca abierta ante su desesperación por presentarse. “Y somos de Monterrey”, le completé. “¿De Monterrey? ¿Vinieron hasta aquí para verme? ¡¡Les agradezco muchísimo!! Quiero que sepan que en verdad Monterrey es mi segundo hogar. ¡¡Quiero mucho ese lugar!!”, me dijo emocionada Selena. “Y pensar que papi no quería que fuéramos a verte allí en tus últimos conciertos del año pasado pues pensaba que aún éramos muy pequeñas para ir a un concierto. Y mira: ¡¡ahora estamos aquí por un concurso!!”, le dijo Yanina. “¿Ah, sí? ¿Y cómo es que…?”, estaba tratando de averiguar Selena hasta que la interrumpió una persona: “Disculpa Selena que venga hacia aquí, pero me mandó el Señor Quintanilla para decirte que debes ya prepararte para los últimos ensayos del concierto” ... Yo me quedé helado. Era una mujer. Una mujer de unos 10, 15 años máyor que Selena, pero parecía más grande. Pero no quise preguntar. Porque era ella. Esa mujer le iba a quitar los sueños a Selena. Y faltaba poco, muy poco. Lo podía ver, lo podía sentir. De fondo escuchaba los gritos de mis hijas, pero yo estaba allí petrificado mirando la nada, mirando todo ...Tuve que sentir el tironeo de pantalón de mis hijas y Selena diciéndome casi del mismo modo que a su “ex novio” en el tema “¿Qué creías?” para reaccionar: “¡¡Ey!! ¿No me oyes? ¡¡Acompáñame a la puerta del camarín para darles unos regalos a tus hijas!! Y no te pongas celoso, ¡¡que para ti hay también!!” y echó a reír mientras me daba una palmada en la espalda. Llegamos allí y Selena les dio toda clase de fotos, remeras, gorritos, souvenirs, y hasta prendas que solía usar en sus conciertos. Luego se me acercó a mí y me dio una foto autografiada: “¡¡Ey, tú, dormido!! Aquí te dejo una foto autografiada y este perfume de mi nueva colección para tu esposa. ¡¡Espero que lo disfruten!! Los tienen ustedes en exclusiva, ¡¡pues no salió aún a la venta!!”. Cuando vi la foto, noté que era efectivamente nueva. No la había visto antes. Era una hermosa foto de ella con su mano en el pecho, su pelo suelto y su mirada sugerente. “¿Te gusta? Formará parte de mi disco ‘Dreaming of you’ ¿Qué te parece para la tapa?”. Estaba por decirle que tal vez era una buena idea aun estando en estado de desconcierto total cuando apareció el Señor Quintanilla. Selena se espantó, me dio un beso y me dijo: “Me tengo que ir. ¡¡Mi padre me matará!! Te espero al término del concierto, así me explicas por qué te has quedado mudo desde hace un buen rato. ¿No te espanté, no? ¿Acaso tengo monos en la cara?”, y echó una de sus contagiosas carcajadas. Yo atiné a decirle un no terminante con un gesto mientras Selena no paraba de abrazar, reírse y darles besos a mis hijas. “Vuelvan, vuelvan pronto, así me dicen qué les pareció el concierto y ¡¡ver si vuestro padre recuperó la lengua!!”, dijo Selena despidiendo y dando besitos al aire y levantando el pulgar de su mano varias veces…

Casi no pude hablar de allí en más. Mis hijas no paraban de contar todo lo que habían vivido con Selena a mi esposa una vez que dimos con ella en el hotel. Yo hice todos los esfuerzos para mantener la compostura pero me era muy difícil. Vi que Yanina en el medio de la euforia se detenía cada tanto para observarme. Ella intuía que algo me pasaba pero imaginaba que ignoraba por qué aunque supiera que tendría algo que ver con Selena. En un momento me acerqué a mi esposa y le acerqué el perfume que le regaló Selena. Luego le enseñé la foto que me regaló y recién allí pude leer lo que decía el autógrafo: “With lots of love for you, Anthony, and for all of Monterrey. I'll be seeing you very soon!! I'll always be grateful to you for coming to see me. I am nothing without you all. This year I will amply repay all the love you have given to me for so many years. With love. Selena. Houston, February 26th, 1995”. Fue muy difícil contener el llanto. “¿Qué hacer? ¿Qué hacer ahora?”, me seguía preguntando. Fuimos al concierto y casi no lo pude ver. En cuanto la vi aparecer sólo lloré, lloré y lloré. Estaba bellísima, comenzó el concierto deslumbrando y sorprendiendo a propios y a extraños con ese “Disco Medley”, y pude ver cuánto la quería la gente. Pude ver la admiración de mis hijas, pude ver cómo quedó encantada mi esposa, pude ver lo notable que era como artista y como persona, y también podía ver el futuro. Cuando vi cómo hacía interpretando “Si una vez”, estallé en un llanto de profundo dolor. “¿Cómo una mujer como Selena que canta e interpreta como nadie vi en mi vida se nos iba a ir de esa manera? ¿Cómo alguien de su confianza le haría semejante daño? ¿Qué hacer? ¿Decirle a Selena lo que yo presentía? ¿Decirle a mis hijas lo que iba a pasar inexorablemente? ¿O quedarme callado y esperar los acontecimientos con impotencia y dolor?”, me preguntaba repetida y tortuosamente. De pronto veo que alguien me toma de la mano. Era mi hija Yamila: “¿Te emocionó el tema ‘Si una vez’, no papi? A mí también”, me dijo con lágrimas en los ojos. Yo la abracé pero no le dije nada. Quería decirle, pero iba a ser peor. Temía que ella también supiera o intuyera algo, pero no lo quise averiguar … Estuvimos así abrazados hasta el final del concierto. Recuerdo que permanecí inmóvil, pero cuando vi que Selena se iba ya a su camarín grité: “Selena, Selena. Aquí, Antonio. ¡¡Cuídate mucho!! ¡¡Te espero en Monterrey!!”. Pensé que Selena se había ido hasta que veo que vuelve a asomarse sólo para saludarme. “¡¡Allí estaré. Te lo prometo!!”. Y cuando le iba a decir quién sabe qué, uno de los custodios se la llevó. Pensé que era el fin…

Caminamos lentamente camino a la salida. Habíamos intentado por una hora ver a Selena a la salida del camarín, pero había un mundanal de gente que hacía imposible verla otra vez antes de volver a Monterrey. Todos hacían comentarios sobre el increíble concierto de Selena. No era para menos. Yo permanecía en silencio mirando buena parte del tiempo para el piso. Estaba destruido. No me animaba a mirar a mis hijas a la cara. ¿Cómo las iba a mirar cuando volviéramos a la ciudad y yo estuviera a la espera de la peor noticia, y con ella los llantos, el dolor, los señalamientos, las culpas? En un momento determinado veo que Yamila me toma de la mano sin decirme nada, como si me acompañara con el dolor, a la espera de que le dijera algo si era necesario, aunque fuera muy doloroso. Pensé que era el momento. Iba a ser lo mejor, pero no sería allí, sería en cuanto pisara Monterrey … “Yamila. Cuando lleguemos a Monterrey te tengo que decir algo. Se trata de Selena. Es que…”. “¿Es que te ibas a ir a Monterrey sin despedirte? ¡¡Te vi en el estadio!! ¿Qué más me dijiste? ¿Acaso te ibas a ir en serio sin que al menos tus hijas me vieran? ¡¡Explícamelo!!”, irrumpió Selena de la nada. Yo me quedé helado. No lo podía creer. Paulita fue a abrazarla. Mi esposa fue a agradecerle el regalo y a felicitarla por el concierto. Pero Yamila se quedó conmigo aferrada a mi mano. Cuando Selena fue hacia nosotros nos dijo: “¡¡Ey, Yamila!! ¿No te ha gustado el concierto? ¿Estás enojada conmigo? ¿Qué le pasa a tu padre que está mudo como una estatua? ¡¡Parece mi esposo Chris!!”. Y cuando estaba por echar su clásica carcajada, Yamila abraza de pronto a Selena: “¡¡Es que mi padre quiere decirte que te cuides mucho!! No se atreve a decirte para no preocuparte ni preocuparnos. Prométeme, Selena, prométenos a todos que te cuidarás mucho de todos, de que a la hora de hacer lo que sea pensarás en nosotros y en la gente que te quiere. ¿Lo harás? ¿Lo harás?”, y echó a llorar amargamente. Paulita abrazó a su hermana y a Selena. Y cuando mi esposa y yo fuimos a su encuentro, Selena hizo un gesto de ruego, pidiéndonos por favor permanecer abrazada a mis hijas. Las acarició un largo tiempo, les dijo muchas cosas hermosas, le contó de su infancia, le contó de sus sueños, les dijo cuáles eran sus planes hasta que ellas, sobre todo Yamila, echó a reír con ganas. Selena la miró y le dijo: “En un par de meses estaré allí en Monterrey. ¿Si te mando los boletos me irás a ver?”. Yamila le dijo “Sí” con un gesto en silencio. “¡¡Pues dalo por hecho!! ¡¡Nos veremos allí!! ¿Ves este anillo que tengo en mi dedo pulgar? Tómalo. Es para ti. Y a ti, Paulita: te doy mis aros que arrojé al escenario en cuanto se me cayeron. Di que A.B. ya está acostumbrado. Él mismo los recogió del piso. Guárdenlo. Guárdenlo bien. Si me lo cuidan, se los pediré allí en Monterrey. Y si lo tienen se los regalo. ¿Qué me dicen? ¡¡Miren que si lo pierden me lo tiene que pagar!!”, les dijo echando a reír a carcajadas otra vez. Yamila y Paula gritaron y la abrazaron largamente. Yo lloré mucho, pero algo en el ambiente había cambiado. Lo podía sentir. Pero quería que quedara consignado…

Me acerqué a Selena con el autógrafo. “Te pido un favor. ¿Podrías a mi pedido agregarle algo?” “¡¡Por supuesto!! ¿Qué quieres que le agregue?”, me preguntó. Le dicté: “I promised your daughters I will be back in Monterrey and I will not let them down!!”. Selena me miro sonriente pero su sonrisa esta vez era distinta. Sentí que había entendido el mensaje. Mientras firmaba Selena ese agregado la vi y sentí que ya no sentía esa premonición. Estaba seguro de que Selena vendría a Monterrey. Lo podía sentir, palpar, verlo en la mirada de Selena, en la sonrisa de mis hijas. Cuando Selena terminó de firmar me dijo: “Ya está. Aquí tienes. ¿Necesitas algo más?”. “No, ya no. Sólo me resta decirte que eres la mejor artista del mundo y que te espero en Monterrey” y la abracé fuertemente. “Hazle caso a Yamila. Ella tiene razón”, le dije al oído. “Ya lo sé, Antonio. Lo supe desde el momento en el que puso en palabras lo que decía tu mirada antes del concierto cuando te quedaste mudo…”, me dijo Selena mientras me miraba dulcemente y procedía a abrazar nuevamente a mi esposa y a mis hijas. Y cuando ya nos despedíamos luego de saludarnos miles de veces, Selena se acercó a las corridas al auto para regalarnos la chaqueta que usara en el maravilloso concierto. “Otra de las cosas que recogió A.B. del escenario”, gritó Selena y nos repartió miles de besos…

Ya en camino en avión de vuelta a Monterrey, Yanina me tocó el brazo y me dijo: “¿Qué era lo que me ibas a decir a la vuelta de Monterrey, papi?” … “¿Es que acaso no lo sabes?”, le sonreí y nos abrazamos un largo rato. Mi boca hubiese querido pronunciar el significado de ese silencio, pero no era necesario. Lo más importante era que ya no había de qué preocuparse. Selena vendría a Monterrey y nosotros estaríamos con los brazos abiertos esperándola…

(Eso es lo que pienso todos los días, Selena. Pienso como Antonio que algún día tendré tu destino en mis manos, y cuando llegue ese momento pueda ofrecerte la oportunidad que se te negó, que te quitó esa insensata. Yo sólo quiero tener esa oportunidad para que seas muy, muy feliz, siendo como eras, una hermosa, dulce y encantadora persona, y libre, libre como el viento, libre como era tu espíritu.)

Nada está perdido, Selena. Nada mientras yo pueda ofrecerte mi corazón…

Te quiere mucho…

Sergio Ernesto Rodríguez
(Buenos Aires, Argentina)




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