Ese pañuelo blanco, Selena…


“¡¡No puede ser cierto, no puede ser cierto!!”, le gritaba desesperadamente Guadalupe a Rocío. “Pero si la vimos hace poco más de un mes en el Houston Astrodome. ¡¡No puede ser!!”, volvía a repetir. “Que la balearon, Que está grave. ¡¡No. Dios!! ¡¡Dime que no es cierto!! ¡¡Dime que no va a suceder!!”, volvía a implorar Guadalupe sin poder dejar de llorar. Miraba la televisión, pero no quería seguir mirando. Temía horrores que la anoticiaran de lo peor, que le dijeran esa palabra que apenas la tenía reservada para la gente mayor, para la gente enferma, para la gente que de alguna manera ya había cumplido su ciclo, para la gente que tuvo tiempo para hacer o para no hacer también. Guadalupe abrazó con fuerza a su amiga Rocío en cuanto la vio llegar. La había llamado hacía unos minutos cuando se enteró de boca de su madre. En estado de shock y a los gritos la llamó para que le hiciera compañía, para compartir el dolor de perder acaso a Selena. Cuando la llamó esperó vanamente que le dijera que no era cierto, que eran rumores infundados, una falsa alarma. Pero cuando llamó, Rocío la atendió con el mismo grito, con el mismo dolor. Guadalupe sintió que se le estaba yendo su hermana, esa hermana que nunca tuvo y que empezaba a acostumbrarse a no tenerla jamás. Sus padres eran muy humildes, apenas podían llevar un plato de comida diaria a la casa y mantener a duras penas sus estudios. Guadalupe tenía 14 años y había empezado a trabajar ayudando a su madre en las tareas domésticas que ella hacía en diferentes casas por poco dinero. Como ponía mucho empeño en su trabajo y le daba alegría a cuanta persona se le cruzaba por el camino, comenzó a recibir ofrecimientos de trabajo en muchas casas. Eso le venía muy bien a ella y a sus padres. Hacía dos años que se había hecho fan de Selena. La había escuchado de pasada hacía unos años, pero cuando Selena estalló con “Como la Flor”, Guadalupe comenzó a interesarse más en ella. Cuando la fue a ver en el Memorial Coliseum de Corpus Christi, se hizo admiradora total. Se convenció de que el gran secreto de Selena era verla actuar en vivo. Allí superaba todas las expectativas que generaba en una grabación. Ya cuando se apagaron las luces y se escuchó a Selena cantar prácticamente en las sombras ella sintió un frío que le recorría por todo el cuerpo. Para cuando se prendieron las luces y Selena arrancó con el tema “Como la Flor” luego de su larga y conmovedora introducción, quedó impactada. Ver a semejante figura con una belleza increíble, un carisma sin igual y una presencia que acaparaba todo el escenario del teatro la hizo subsumirse en una atención casi hipnótica. Definitivamente Guadalupe quería ser como Selena. Ella era su ideal de mujer. Selena tenía todo lo que había soñado ella. Y encima Selena triunfaba y era la Reina, el ejemplo para todos, el orgullo de todo Texas. Salió del teatro y la esperó horas para pedirle un autógrafo. Todavía recuerda cómo Rocío trataba de convencerla de pedírselo en otro momento, que seguro ella estaba cansada y no recibiría a nadie. Rocío se fue, esperando que Guadalupe recapacitara y con la promesa de que se fuera al poco tiempo; si no, los padres la matarían como a ella. En un punto Rocío tenía razón. Pero Guadalupe no entendió razones ni llamó a sus padres. A Rocío le dio culpa y decidió acompañarla desde lejos no sin antes avisarle a sus padres que se demorarían un poco y de paso que le avisaran a los padres de Guadalupe. Mientras tanto, ella no se movió de la puerta en ningún momento, y nadie la sacaría de allí sin ver a su ídolo. Selena salió como una hora y media después del lugar, rodeada de su padre y unos custodios. Guadalupe empezó a gritar como loca “¡¡Selena, Selena!! ¡¡Por favor aquí!! Fírmame un autógrafo. Hace 2 horas que te espero. Te quiero mucho. ¡¡Por favor!!”. Guadalupe lo decía como si supiera que sería un intento vano pero un excelente momento como para exteriorizar su admiración para que Selena la escuchara, para que supiera que ella estaba allí esperándola. Para su asombro vio que alguien apartaba al padre de Selena y a sus custodios. Era Selena. ¡¡Era Selena!! Ella quedó petrificada. Jamás imaginó que Selena se acercaría. Selena era la estrella. Ella no. Selena era conocida. Ella no. Selena era amada. Ella decía que no. Ella le gritaba de lejos y era Selena quien se acercaba. Selena le sonrió y le dijo “¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? ¿Pero qué linda que estás? ¿Cómo te llamas?” … “Guadalupe. Pero me puedes decir Lupita”. “¡¡Lupita!! ¡¡Tienes un bellísimo nombre!! ¿Tú quieres un autógrafo? Pues bien. ¿Dónde quieres que te lo firme?” … Era increíble. Guadalupe había esperado e implorado por su presencia, y ahora que la tenía allí no tenía ni un mísero papel. “No me creerías, Selena, pero no tengo papel ni lápiz. ¡¡Soy una tonta!!”. Y echó a llorar amargamente. Selena la tomó de la cabeza y la abrazó. “Hey, Lupita, no llores. Aquí me tienes. ¿No tienes dónde firmar? ¡¡Despreocúpate!! Repítetelo y tenlo siempre en cuenta en el futuro. Lo imposible siempre es posible. Tal vez la muerte sea irremediable. Lo demás no. ¿No tienes papel ni lápiz? ¿Qué tal si los inventamos?”. Y echó a reír a carcajadas mientras le pegaba una palmada en la espalda. Guadalupe reía y lloraba a la vez. No sabía ni qué hacer ni qué decir. Selena tomó un pañuelo blanco que llevaba en el cuello que se lo había puesto su madre para protegerse de la garganta, tomó un lápiz que llevaba consigo y procedió a firmárselo allí. Luego la miró a Guadalupe, se sonrió y le dijo: “Aquí tienes, para que no llores más, para que lo recuerdes siempre, para que estés siempre feliz y para que te sirva en la vida. Tómalo y cuídalo … ¡¡que en un mes paso por tu casa para que me lo devuelvas!!”. Y Selena volvió a estallar de la risa mientras le regalaba su pañuelo. Cuando Guadalupe tomó el pañuelo vio lo que había escrito Selena: “For my friend, Lupita. Remember. The impossible is always possible. Love. Selena. 1993”. Guadalupe se emocionó, se sonrió y con lágrimas en los ojos la abrazó fuertemente. “Te quiero, Selena. Eres la hermana que nunca tuve. Eres mi ideal. Sólo quiero que nunca nos abandones. Quiero que sigas siendo como eres aunque seas muy, muy famosa”, Y la abrazó más fuerte aún. En ese momento se acercó uno de los custodios para decirle a Selena que se tenían que ir. Selena lo miró fijo y con un gesto adusto le indicó que se retirara. Enseguida apareció A.B. y lo sacó inmediatamente del lugar mientras le guiñaba un ojo a Selena. Ella le sonrío y le hizo un gesto a su padre para que esperara un minuto más. Selena se apartó de Guadalupe, tomó su cara con ambas manos y le dijo: “Todos los que me quieren son mi mejor reaseguro. Yo nunca los defraudaré. Yo seguiré siendo la misma de siempre. Eso sí: tú guarda ese pañuelo. Ese pañuelo es parte de mí. Si tú lo cuidas del mismo modo que me quieres, yo siempre estaré aquí, yo nunca me iré, yo siempre estaré en tu corazoncito”. Y le señaló el corazón de Guadalupe que latía sin cesar. Ella le dio un largo beso. Selena se apartó de Guadalupe y no dejó de mirarla hasta que se perdió entre la gente que la rodeaba. Y cuando ya no se la veía, Guadalupe alcanzó a escuchar: “¡¡Acuérdate de mí, Lupita!! Acuerdate siempre. ¡¡Si me recuerdas siempre estaré contigo!!”…

“¡¡Dime que no es cierto, dime que no es cierto!!”, decía Guadalupe una y otra vez a Rocío. Rocío no podía hablar. Había llegado a la casa de Guadalupe sólo para compartir su dolor con su amiga. En su casa sólo ella era fanática de Selena. Sus hermanos la cargaban con eso y sus padres eran admiradores pero no tanto. Guadalupe trataba de aferrarse a la idea de que al fin y al cabo nadie había anunciado lo peor. ¿Y si no era cierto? ¿Y si no estaba tan grave? Tal vez, tal vez estaría malherida pero se salvaría. Ella es joven, vital, pura energía, puro vértigo. No le podía pasar nada. ¡No le debía pasar nada! Por un momento se sintió al borde del precipicio de sólo pensar lo que sería ella sin Selena, lo que sería el mundo sin ella, lo que podía ser su vida, sus sueños, sus amores, sus anhelos sin ella. Sintió que se iba a desmayar y casi se cae. Rocío se alarmó y le preguntó si estaba bien. Guadalupe se agarró de una mesa para no derrumbarse. Maldijo no haber pensado que esto podía suceder. Pensó una y otra vez que debió ir a verla de nuevo inmediatamente después de aquel concierto. Que debió haber haberla seguido a todos lados, incluso a Monterrey. En aquel momento la economía familiar se lo impedía. Apenas si llegaba su familia a fin de mes, y encima Guadalupe tenía ocupado todo el día trabajando o estudiando. Al Memorial Coliseum la había invitado Rocío. Al Houston Astrodome fueron porque ella ganó dos entradas en un sorteo hecho en un programa de radio y así saldó su deuda de toda la vida con su amiga. Pero esa frustración de no poder ver siempre a Selena se compensaba con tener todos sus discos, todos sus posters, vestirse como ella, maquillarse como ella, imitarla a ella. En las casas en las que trabajaba era un espectáculo aparte verla cantar mientras limpiaba, planchaba o cocinaba. Guadalupe era querida como una hija en cada familia que la ayudaba a pasar su precario estar económico. En aquellos lugares en los que trabajaba su madre le pedían que viniera ella, así con la excusa de dar su “show” haciendo de Selena le daban dinero para comprar todo lo que hubiera de Selena o para vestimentas parecidas a las que usaba su ídolo. Ella solía contar su experiencia de haber visto a Selena y de que tenía un pañuelo suyo autografiado. Pero la mayoría no le creía porque ella nunca lo había mostrado. Es que Guadalupe nunca lo mostraba pues lo tenía guardado en un cajón “bajo 7 llaves”. Temía perderlo o que quedara maltrecho. Nunca vendería ni regalaría semejante recuerdo. Era lo más valioso que tenía, era el regalo más hermoso que hubiera recibido jamás…

Guadalupe maldecía no haberse anticipado a la tragedia, que tal vez debió haberse esforzado más, debió haber ido aunque más no sea a verla a la salida de un concierto aunque no pudiera entrar. O haberla esperado en alguna de las entradas para pedirle que la dejaran entrar con ella. Pero nunca quiso por no pecar de abusar de la confianza y de la bondad de Selena. Otro de los motivos por los cuales se maldecía fue porque pensaba que se había dejado estar, que esperaba volver a verla cuando vinieran tiempos mejores, porque pensaba que ya habría oportunidad de verla otra vez. Y si no aprovechar un sorteo para ir a verla, como lo fue en el concierto del Houston Astrodome. “Total, Selena hará miles de conciertos. Que me pierda unos cuantos no importa. Cuando gane más dinero, cuando llegue mi oportunidad podré ver a Selena cuantas veces quiera”, decía y se volvía a decir para no sentirse tan frustrada de no ver a lo que más quería y admiraba en su vida. Ahora se lamentaba de no haberla visto una, dos, mil veces más. Se sentía culpable. Se sentía responsable. “¿Por qué no fui a los conciertos y no busqué colarme para verla? ¿Por qué no pedí a las casas en las que trabajo que me regalaran entradas a conciertos de Selena y yo a cambio les hacía trabajos extra, les cuidaba a sus hijos cuando querían salir a una fiesta, les hacía compras, les hacía cualquier cosa? ¿Por qué?”. Esa pregunta retumbaba una y otra vez en la cabeza de Guadalupe que comenzó a gritar de dolor y llorar de impotencia: “¡¡Selena!! ¡¡Selena!! No te vayas. ¡¡No te vayas!! ¡¡Te lo ruego!! ¡¡No nos dejes, Dios mío!! ¡¡Escúchame, Dios mío!! ¡¡No te la lleves!! ¡¡Déjala aquí, ayúdala, cúrala!! ¡¡Haré lo que sea, haré lo que sea si no la dejas marcharse de este mundo!!”. Y otro mareo más fuerte sacudió violentamente a Guadalupe que cayó redondamente al piso. Rocío comenzó a gritar y la madre de Guadalupe entró a los gritos alarmada. “¡¡Lupita, Lupita querida!! ¿Qué te sucede? No te culpes más. Por favor, recapacita. Acepta la realidad. Confía aún en Dios. Lo peor no ha sido anunciado. Tal vez hayan exagerado. Todavía no se escuchó a nadie de Corpus Christi. El padre de Selena aún no habló. Esperemos. Tal vez no sea cierto. Pero Lupita, si eso llegara a suceder, aprende a que estas cosas suceden en la vida. A veces hay que resignarse ante las decisiones de nuestro Señor…”. Guadalupe abrió los ojos en cuanto escuchó esas palabras y se reincorporó. Por alguna razón esas palabras le hicieron recordar a Selena y a lo que ella le dijo: “Lo imposible siempre es posible. Tal vez la muerte sea irremediable. Lo demás no…”. Yeso la llevó al pañuelo. Se levantó inmediatamente y se marchó a su cuarto. “¿Pero qué vas a hacer?”; le dijo Rocío. Guadalupe iba a paso rápido y firme hacia su pieza. No escuchaba ni los ruegos de su madre ni las preguntas de su amiga. Sólo recordó lo que dijo Rocío y sin darse vuelta dijo: “Voy a hacer lo que debí haber hecho desde un principio…”

Guadalupe abrió la puerta de su cuarto y fue directo a la cómoda en la que había un solo cajón. Tomó su collar en el que había una llave. Nadie le había preguntado en qué consistía esa llave. Pensaban que era un adorno exótico. Tampoco nadie le preguntó qué había en ese cajón cerrado en la seguridad de que allí habría un diario en el que Guadalupe escribiría sobre sus cosas más íntimas. Lo abrió cuidadosamente y tomo ese pañuelo que estaba guardado en una bolsita de nylon para que no se dañara. Miró nuevamente lo que decía: “For my friend, Lupita. Remember. The impossible is always possible. Love. Selena. 1993”. Se puso a llorar pero se contuvo rápidamente. Luego con gesto adusto se lo mostró a Rocío y le dijo: “Yo sé que Selena se va a salvar. Lo sé porque no se puede ir ... Porque no se debe ir ... Si ella escribió esto no se nos puede ir justo ahora. Por favor, Rocío. Hazme compañía y reza, piensa en algo bueno para Selena, haz fuerza, mucha fuerza para que no se vaya. No pienses en lo peor. ¡¡Ni se te ocurra pensarlo!! Tómame la mano, cierra los ojos y piensa en ella, y dale sólo palabras de aliento. No pienses en otra cosa. ¡¡No debes hacerlo!! Yo tomaré este pañuelo y le haré recordar a Selena cómo escribió esto, que lo recuerde, que más que nunca crea en lo que dijo y escribió. Que ponga en práctica eso en lo que ella tanto creía. No me voy a deshacer de este pañuelo hasta que me avisen que todo ha pasado y que Selena ha vuelto a estar entre nosotros”. Luego se dirigió a su madre y le dijo: “Y por favor madre, no vengas con ninguna noticia por un par de horas. Sólo avísanos si hay una novedad en concreto y cierta”. Y Guadalupe miró a su madre con desesperación y con ruego. Ella entendió lo que eso significaba y se fue sabiendo que era lo mejor y porque era su hija. Se fue pensando que era mejor que su hija al menos se aferrara a la última esperanza aunque todo fuera una quimera…

Guadalupe empezó a rezar y a pensar en Selena. Por momentos era difícil. No podía dejar de pensar que se estaba transmitiendo en todos los canales de televisión y en todas las radios las últimas novedades, todas las especulaciones, todas las conjeturas. Ya había gente que había partido a Corpus Christi para cubrir la noticia y esperar el desenlace. El hecho de que no apareciera Selena ni que nadie de la Familia Quintanilla saliera a desmentir lo que había sucedido hacía presumir que las cartas estaban echadas y que era sólo esperar la confirmación de la triste noticia. Guadalupe apenas podía escuchar la transmisión por TV que veía y escuchaba su madre, y por un lado no quería escuchar, y por otro quería ver si daban una buena noticia o acaso escuchar los pasos de su madre que vendría corriendo para que ella viera a Selena sonriente saliendo por televisión. Pronto se dio cuenta de que eso era lo peor y que cuanto más estuviera atenta al afuera, cuanto menos se concentrara en ella y cuanto menos se convenciera de que el destino de Selena dependía de su ruego, las posibilidades serían nulas. A Guadalupe se le vino a la mente, cual si fuera un mensaje de Selena, aquellas palabras que le dijo cuando se despidió y ya no podía verla: “¡¡Acuérdate de mí, Lupita!! Acuerdate siempre. ¡¡Si me recuerdas siempre estaré contigo!!”… Y al recordarlo Guadalupe se repitió una y otra vez: “Estoy aquí, Selena. Te estoy recordando. ¿Sabes quién soy? Lupita. ¿Te acuerdas de mí, no? Soy la que te esperó como dos horas en el Memorial Coliseum de Corpus Christi. Tú me regalaste tu pañuelo y me lo firmaste. Me dijiste que salvo la muerte nada era imposible. Que todo se puede lograr. Pues aquí estoy, Selena. Estoy con tu pañuelo. Aún te estoy esperando. ¿Acaso no vas a venir a buscarlo como me lo prometiste? Sabes que es tuyo. Estoy esperando que vengas a mi casa. Ya tengo papel y lápiz para que me firmes otro autógrafo”. Guadalupe se repetía en silencio sus palabras con la esperanza de que las escuchara Selena. Ése era su rezo. Ésa era su forma de implorar. Estaba convencida de que haciendo fuerza por ella nada le ocurriría, que si miraba fijo el pañuelo con las palabras de Selena ella se pondría bien. Estaba convencida de que si se trazaba un plan y se prometía cosas o se las prometía a Selena, ella no podría irse nunca. Guadalupe se convenció de que si no se movía, si no la miraba a Rocío, si no despegaba su mano de la de ella sin hablarle nada cambiaría. Cuando se fue a su cuarto, la última noticia era que Selena aún estaba viva. Era cuestión de no moverse y esperar, pero no pasivamente. Esperar y hacer algo, rezar, implorar, desear con fuerzas y convencimiento de que nada malo iba a suceder, de que a Selena no le iba a pasar nada, absolutamente nada…

De pronto, Guadalupe notó que Rocío le quitó la mano y llorando le dijo: “¡¡Ya basta, Guadalupe!! Esto no tiene sentido. Odio decirlo, pero ya nada podremos hacer. ¡¡Selena se va a morir y sólo nos resta lamentarnos y preguntarnos por qué sucedió y quién le hizo semejante aberración!!”. Y fue hacia la puerta de su cuarto y la abrió como para irse sin más. Pero como en aquella noche del Memorial Coliseum, sintió piedad y culpa por su amiga. Entonces se dio vuelta y le dijo: “¿Es que te quieres quedar allí? Sabes que no tiene sentido alguno. Vamos. Ven conmigo. Salgamos a la calle. Sigamos como podamos nuestras vidas. Es mejor movernos antes que nos mate la angustia”. Rocío alargó su brazo esperando que Guadalupe la acompañara. Ella se reincorporó algo aturdida. Lo que decía era razonable. Tal vez no tenía sentido seguir allí. Tal vez podía esperar el milagro sin pensar tanto en ello, sin angustiarse más. Pensó resignadamente que era mejor seguir a su amiga aunque no le convencía mucho la idea. ¿Pero qué más da? La realidad superaba todo. Por un instante sintió que su fuerza era nada frente a las noticias que llegaban de Corpus Christi, frente a ese silencio que parecía decirlo todo, que cubría todo con un manto negro, frío y de muerte del cual nadie podía escapar, nadie podía enfrentar. Guadalupe se reincorporó y siguió en silencio a su amiga, mirando al piso y totalmente confundida. Estaba haciendo algo que no quería pero se sentía sola en la lucha, sola en su fe, sola en su deseo, sola en su ruego. A medida que se acercaba a la cocina de su casa podía escuchar a los reporteros, a los analistas, a la gente que juraba y perjuraba haber visto todo, que sabía todo lo que había sucedido sin saber paradójicamente qué sucedía con Selena. De pronto, Guadalupe se detuvo. No dio un paso más. Sintió que algo no estaba yendo bien, que ella no se podía ir, que no podía dejar a Selena sola. Y Selena era aquel pañuelo y aquel mensaje. Se quedó un instante pensando, como esperando que su amiga se diera cuenta. Al advertirlo, Rocío le dijo: “¿Quieres volver, no?”. Ella le contestó afirmativamente con un solo movimiento de cabeza. Rocío sólo atinó a decirle: “Pues mucha suerte. Espero que todo salga bien”, y siguió sus pasos sin mirar atrás y llorando. Guadalupe sin contestarle se dio vuelta y corrió para su cuarto. Llegó a su habitación, cerró con llave, apagó las luces, tomó con fuerza su pañuelo y le dijo. “¡¡Yo no me muevo de aquí, Selena, yo no me muevo de aquí hasta que estés bien!!”…

Guadalupe se quedó vaya a saber cuánto tiempo mirando su pañuelo fijamente sin quitarle la vista. Pasaron por su mente miles de cosas, todas promesas con las que haría una vez que Selena estuviera bien. Recordó los conciertos más lindos. Se reía cada vez que recordaba alguna ocurrencia de Selena en un reportaje. En un momento se olvidó de todo y repetía para sí el “diecicuatro” que dijo Selena en vez de “catorce” en el reportaje que le hiciera Cristina. Recordaba con Amor cuando vio a Selena en Festival Acapulco y cómo se conmovió cuando cantó “Como la Flor” y cómo se divirtió verla bailar “Techno cumbia”. Pero fundamentalmente recordó cuando vio a Selena en el Houston Astrodome apenas 33 días antes. Esa entrada impresionante en el carruaje, el griterío de la gente y el suyo propio, ese inicio sorprendente e increíble del “Disco Medley”, cuando Selena se sacó la chaqueta un poco torpemente en “Amor prohibido”, cantar a viva voz “Cobarde”, seguir cada estrofa de “Tus desprecios”, gritar con toda su fuerza “¡¡Sí!!”cuando Selena les preguntó: “¿Están disfrutando sí o no?”, quedarse con la boca abierta y gritar jubilosamente cuando Selena se detuvo y podía escucharse hasta su respiración en “Si una vez”, ver ese final de “Como la Flor” y su saludito a la cámara. Eran interminables esas imágenes, todas muy lindas y sobre todo muy recientes. Recordaba su despedida en el auto, el saludo de Selena a cada uno de los asistentes, su último adiós asomándose por sobre su entrada a los camarines para despedirse del último asistente al concierto. Esa imagen atormentaba a Guadalupe. Pensaba una y otra vez por qué no intuyó algo, por qué no vio ninguna señal, algo que le indicara lo que podía suceder. Pensó en aquel que insólitamente arrojó un vaso de cerveza pasándole cerca a Selena y se lamentó de no notar que eso era una señal unívoca de que algo malo pasaría. Pensó en cómo no notó nada raro para correr y avisarle a Selena, quedarse toda la noche para encontrarla a la salida y rogarle que se cuidara como ella le pidió al público cuando cantó su última canción, “Como la Flor”. Pensó en cómo no se coló en el camarín para rogarle a Selena que no se quedara nunca sola por nada en el mundo, para mostrarle el pañuelo, para devolvérselo a cambio de que nunca la abandonase. Guadalupe se echaba culpas de algo que no tenía sentido pero que no lo podía evitar. Ahora se aferraba a su pañuelo y sólo rogaba, rezaba, imploraba a cuanto Dios creyera el mundo para que la escuchara y salvara a Selena. Prometió ir a todas las procesiones, prometió caminar hasta la casa de Selena, prometió trabajar el cuádruple y esmerarse más en sus estudios con tal de que Selena siguiera viva … sí, siguiera viva. “Dios mío, sólo te pido que no se muera, por favor no la dejes morir”, decía Guadalupe ya no importándole decir esas palabras que odiaba pronunciar. El silencio de su casa, las no noticias que le llegaban a su cuarto le hacían presentir lo peor y su ruego se hizo desesperación. Su invocación sólo quería callar la noticia que revoloteaba en su cuarto…

De pronto, con el silencio de la casa, la oscuridad de su cuarto y la tensión que tenía desde hacía horas sumieron a Guadalupe en un sueño, que más que sueño era abatimiento. Se le seguían cruzando imágenes, conciertos, sonrisas, llantos, últimas noticias, gente gritando, gente desesperada, hasta que sintió que alguien se le había aparecido por detrás en su cuarto. No podía acercarse para ver bien pero escuchó a alguien, percibió que alguien estaba allí. “¡¡Hey, Lupita, aquí estoy!! Soy Selena. Vine a buscar mi pañuelo. ¿Recuerdas?”. E inmediatamente comenzó a reírse a carcajadas. Guadalupe comenzó a gritar: “¡¡Selena!! ¿Eres tú? ¿Pero dónde estás? ¡¡No te puedo ver!!”. “Aquí estoy, Lupita, en la ventana. Ábrela, así puedo entrar. ¿Tienes preparado papel y lápiz? Te cambio el pañuelo por un autógrafo, tal como lo convenimos”, y Selena volvió a reír. Guadalupe intentó reincorporarse pero no podía. Algo se lo impedía, una fuerza que la obligaba a estar sentada. Sentía que hacía el esfuerzo de reincorporarse y caminar, mas seguía estando sentada en el mismo lugar … “¡¡Espera, Selena, ya voy, ya voy a recogerte!!”. “…Apúrate, Lupita, que no tengo mucho tiempo. Me siento un poco mareada, te voy a ser sincera, pero estoy bien aún. Fíjate si puedes tomarme de la mano…”, Y Selena alzó su brazo. Guadalupe pudo verla a Selena con un rostro azul, producto de alguna luz que podía ser de la luna o simplemente por el reflejo de la luz de la medianoche ... Por un momento se acordó del último concierto de Selena en Monterrey, aquel inolvidable del Far West Rodeo, en el que Selena mostró toda su plenitud, todo su talento, toda su belleza …Ahora que la podía ver bien en la ventana, pudo apreciar que Selena mantenía la sonrisa pero que le costaba sostenerla. Notaba que le estaba pasando algo, se la veía agotada, como si hubiese corrido un largo trecho que la dejó extenuada. Y con el último aliento le dijo: “Dependo de ti, Lupita. ¡¡Tómame la mano y ayúdame!!”. Guadalupe sacó fuerzas de dónde no tuvo y casi sin mirar se abalanzó sobre la ventana, la rompió con su mano y tomó la de Selena trayéndola hacia su cuarto. Cuando se pudo reincorporar, Guadalupe se acercó sobre Selena y la abrazó fuertemente. “¡¡Selena!! ¡¡Selena!! ¡¡Estás viva, estás viva!!”. Selena le dijo: “Gracias por salvarme la vida, pero déjame curarte la mano. La tienes ensangrentada…”. “No importa, no importa, ¡¡no importa nada!! Lo único que importa es que estás aquí, ¡¡estás aquí!!” … De pronto, Guadalupe ve que se encienden las luces de su cuarto. Entra su madre desesperada y dice: “¿Pero qué pasa, Lupita, pero qué le ha sucedido a la ventana? ¿Pero mira lo que te has hecho en tu mano? ¿Pero qué ha pasado?”. Guadalupe no entendía nada. Vio su mano ensangrentada, pero su pañuelo intacto unos metros más adelante. Y no estaba Selena. Comenzó a gritar: “¡¡Selena, Selena!! ¿Dónde estás? Dime que no te has ido. Por favor, ¡¡dime que estás bien!!”. Su madre la miró con tristeza: “Oh, mi chiquita, te has quedado dormida y mira lo que ha pasado. Ven que te voy a curar”. Guadalupe notó que Selena se había ido. ¿O lo había soñado, como le dijo su madre? De pronto la realidad a la que estaba evadiendo estaba invadiendo su cuarto. Con angustia y resignación sintió que las cartas estaban echadas. Miró a su madre que no la miraba mientras vendaba su mano y apenas musitó: “¿Y Selena cómo está? ¿Hay noticias de ella?”. “Mira, mi hijita, tal vez debas pensar…” ... “¡¡Lupita, Lupita!! ¡¡Ven aquí!! ¡¡Es un milagro!!”, interrumpió desde lejos Rocío. Enseguida entró su amiga a los gritos diciendo: “¡¡Selena está viva!! ¡¡Selena está viva!! Lo anunció su padre. La balearon pero milagrosamente despertó. Y pidió hablar por la televisión. Dice que tiene algo urgente que decir. Que no puede esperar. No sé, suponen que hablará de la que la baleó … ¡¡Pero qué importa!! ¡¡Selena está débil, pero bien!!”. Y abrazó a Guadalupe, que tenía la mirada extraviada y de alegría que no podía exteriorizar. Había aguantado tanto, había deseado tanto este momento que ahora que lo podía exteriorizar no podía … no podía. Corrieron a la cocina y, para cuando llegaron, Guadalupe vio a Selena en una cama de una habitación en el hospital. A pesar de vérsela demacrada y malherida, sonreía insólitamente y saludaba a la cámara. Allí Guadalupe estalló en un llanto. Allí pudo ver la cercanía de la muerte, la misma cercanía que pudo apreciar cuando vio a Selena en la ventana pidiendo ayuda en ese supuesto sueño…

“Agradezco la preocupación de todos ustedes”, alcanzó a decir Selena. “No puedo hablar mucho, no porque no pueda sino porque entre los doctores y mi familia me van a destrozar si hago un esfuerzo demás”. Y echo a reír como podía. “Les agradezco a ellos también su paciencia, porque saben que cuando algo se me pasa por la cabeza no paro hasta lograrlo. Pero ellos lo entendieron. No voy a hablar de lo que pasó. Ya habrá tiempo. Voy a hablar de algo muy lindo, de alguien muy noble”. Selena hablaba pausado y en voz baja. No parecía ella pero era entendible. Era un milagro. Un milagro que estuviera allí y encima hablando. “A todos lo que rezaron por mí sólo tengo palabras de agradecimiento. Saben que yo sin ustedes no soy nada. Pero quise hablar ahora pues quiero agradecer a alguien que sé que estuvo sufriendo mucho y que estuvo haciendo fuerzas por mí. En este tiempo que no sé cuánto fue aparecieron varias veces por mi cabeza las imágenes de una niña que rezaba por mí sujetando un pañuelo que yo le había regalado. Para ti, Lupita, sólo quiero que sepas que te estoy muy agradecida porque sé que me salvaste la vida a tu manera, como todo el público que rogó por mí … Lo único que puedo ofrecerte es que vengas a visitarme. Yo te atenderé personalmente … ¡¡para que me devuelvas mi pañuelo!!, y echó a reír aunque con lógica dificultad. Espero que traigas lápiz y papel para que te dé un nuevo autógrafo…”. Enseguida se le acercaron los médicos y el padre de Selena para que se fuera a descansar, pero se detuvieron ante el gesto adusto de Selena, que lo podía hacer aun malherida. A.B. pidió a todos que dejaran a Selena terminar. “Por último, sólo me despido de todos ustedes por un tiempito. Pronto me pondré bien y prometo no defraudarlos más. Porque todo puede remediarse, salvo la muerte, ¿Recuerdas, Lupita, no?”. Y alzo su mano y se despidió de todos…

Rocío abrazó a Guadalupe y le dijo “Mira, te nombró Selena, ¡¡te agradeció!!”. Te admiro, amiga. Yo me había resignado, yo pensé como todos que nada se podía hacer. En cambio, tú estabas convencida, ¡¡tú nunca te diste por vencida!!” … Guadalupe casi no escuchó a Rocío. Se quedó pensando hasta que de pronto salió corriendo para su cuarto. “¿Pero qué vas a hacer mi hijita?”, le dijo su madre. “Voy a aceptar la invitación de Selena”, le contestó y se fue rápido a buscar su pañuelo. Entró y salió de él en un instante. Atrás la seguía su madre implorando que no se fuera aún, que era peligroso, que era … “No se preocupe, señora, yo la acompañaré como lo he hecho siempre”, le dijo Rocío. Esas palabras la tranquilizaron a la madre de Guadalupe que se despidió de ella con un “cuídense y llámenme, por favor”. Sabía que era mejor dejar que se fuera y correr el riesgo antes de verla enfurecida y frustrada en su casa. A la salida Guadalupe abrazó a su amiga y fueron al primer autobús que las acercara a Corpus Christi. Tuvieron que hacer dos viajes de dos horas cada uno. Cuando llegaron al Hospital se encontraron con un mundanal de gente y de reporteros cubriendo todo el milagro. Guadalupe utilizó el ardid de que Rocío estaba desmayada y así ingresaron al hospital. Luego le dijo: “Aprovecha para llamar a mi madre y tranquilizarla. Yo voy a buscar a Selena”. Rocío asintió y siguieron ambas por diferentes caminos. Como si la conociera de toda la vida, Guadalupe dio con el sector de habitaciones en el que estaba Selena. Allí vio a Abraham Quintanilla y se abalanzó sobre él. “¡¡Hola, señor Quintanilla!! Soy yo, soy Lupita. ¡¡Quiero ver a Selena, por favor!!”. El padre de Selena la abrazó pero quiso explicarle que aún no podía verla, pues estaba descansando. “Pero es que tengo que verla ahora. ¡¡Sé que me necesita en este momento!!”: Cuando el señor Quintanilla estaba por explicarle nuevamente que debía esperar, escuchó a Selena decir: “¡¡Lupita. Lupita!! Entra, entra. ¡¡No le hagas caso a mi padre!! ¡¡Entra ya!!”. Y Guadalupe entró casi tirando la puerta abajo y abrazó a Selena con mucha fuerza. La sintió frágil pero bien. Apenas la tocó empezó a llorar largamente, lloraba por todo lo que había sufrido en esas interminables horas. Notó para su asombro, pero entendiendo por qué, que Selena también lloraba. Fue la misma Guadalupe la que esperó que pasara el momento para hablar, para que Selena recuperara su semblante. En cuanto se separó de ella y la vio sonreír con ternura sacó su pañuelo y se lo entregó. “Pero era en broma que te decía que debías devolvérmelo. Sabes que es tuyo, Quédate con él”, le dijo Selena. “No, quédatelo tú”, le dijo llorando Guadalupe. “Ese pañuelo es tuyo, pero ahora tiene mis ruegos, mis pedidos, mis promesas. Yo prometí que te lo devolvería si te salvabas. Además, quiero que lo tengas tú para que retengas tus propias palabras cada vez que hagas algo y para que recuerdes que siempre velaré por ti. Yo sólo quiero que me prometas que te cuidarás mucho siempre. ¿Lo harás?”. “¡¡Claro que sí!!”, le dijo Selena. “Entonces, cuando te recuperes, quiero que demuestres al mundo que eres la mejor, y cuando salgas en todas las revistas, en todos los periódicos o cuando recibas todos los premios, tomes alguna de esas publicaciones, o algún premio significativo para ti, y me lo traes a casa dedicado. ¿Prometido?”. “¡¡Prometido!!”, le dijo Selena y se abrazaron largamente en silencio. Cada tanto se escuchaba algún llanto, pero no dejaron de abrazarse por largo rato. “Te quiero mucho, Selena, te quiero mucho. No podría vivir sin ti. Hay mucha gente que se moriría si tú te vas”, le dijo desgarradoramente Guadalupe. Selena sólo asentía en silencio y con lágrimas en sus ojos y en su cara. “Pero ya no estemos tan tristes. No hay motivo. Lo peor ya pasó. Eso sí. Antes tú me pediste que siempre me acordara de ti. Ahora te ruego que te acuerdes de mí cada vez que emprendas algo. Acordándote de mí, te acordarás de todos los que te aman”. “Siempre me acordaré de ti e iré a tu casa pronto, muy pronto. Pero mira. Que no lo sepa mi padre. Toma lo que hay debajo de mi cama”. Guadalupe se agachó y notó que había un sobre. “Ábrelo. Es para ti”, le pidió Selena. Cuando Guadalupe lo abrió vio una hermosa foto de Selena con su mirada sugestiva llevándose la mano en el pecho. “Esa foto será la tapa de mi disco en inglés. La tienes en exclusiva. Aún ni sé cómo se llamará. Pero fíjate lo que hay detrás”. Guadalupe dio vuelta la foto y vio que decía: “Thanks for not leaving me alone. Thank you for always believing in me. I owe you my life. I owe you everything. From now on I will do everything thinking that you are there, waiting for me ... I will always remember you in every one of my actions. A thhousand hugs and a thousand kisses. Loves you. Selena. 1995”. Guadalupe la abrazó de nuevo y mientras le daba un largo beso, Selena le decía: “Le pedí la foto a mi padre con cualquier excusa y la escribí cuando estuve sola un ratito…”.

En ese instante entró el padre de Selena con los médicos que estaban atendiendo a Selena. Guadalupe hizo un gesto entendiendo que se debía ir. Antes de irse, la abrazó a Selena fuerte y tiernamente. Al verla tan frágil, por primera vez sintió el Amor de una madre a un hijo sin serlo. Luego se aparto, y esta vez fue ella quien le dijo: “Y recuerda, Selena, acuérdate, acuérdate de mí, porque si te acuerdas de mí te acordarás de todos los que te aman y tienen todas las esperazas sembradas en ti”. “Lo recordaré siempre, Guadalupe. ¿Te gustaría que te haga un vestido diseñado por mí?”, le preguntó Selena. “¡¡Claro que sí!!”, le contestó Guadalupe. “Entonces cuando vaya a tu casa te traeré un vestido, pero mientras llévate éste”: Y Selena le dio el hermoso vestido morado que usó en febrero de ese año en los Premios TMA. “¿Es para mí? ¿Y cómo tienes este vestido aquí?”. “No lo sé. Cuando llegué aquí, vi que mi padre lo llevaba en su brazo. Le dije que lo dejara en mi habitación. Ni quiero pensar para qué lo había traído aquí…”, le contestó Selena intuyendo aquel acto de su padre sin querer pensar más en ello para no angustiarse. Guadalupe lo tomó, le dio otro enorme beso y se fue retirando sin dejarla de mirar hasta que salió del cuarto. “Te estaré esperando, Selena. ¡¡Pero recuerda siempre cuidarte mucho!!”. “Lo haré, Guadalupe, lo haré. Te debo todo. Siempre estaré pensando en ti”. Y ya no la escuchó más pues los médicos se dispusieron a revisarla. A los pocos pasos Guadalupe se encontró con Rocío. “¿Viste a Selena?”, le preguntó. “Claro que sí. Pero volvamos ya a casa, Tengo mucho para contarte y mostrarte”. Y las dos amigas se fueron abrazadas del lugar. Guadalupe salió del hospital en el medio del griterío, los empujones y el nerviosismo de los periodistas. Ella estaba en paz y tranquila. Lo que debía hacer lo hizo. Ahora sólo restaba esperar. Sólo restaba vivir tiempos hermosos y felices, tiempos alegres y divinos con Selena siempre viva en su corazón … siempre viva. Con Selena viva ya no tendría más miedo ni más dolor. Sólo restaba que Selena cumpliera su promesa y ése iba a ser su mejor regalo. Y sabía que Selena lo cumpliría. Sólo restaba ver cómo Selena cumpliría su propio sueño, sólo restaba ver cómo Selena cumpliría el sueño de Guadalupe…

…Todos somos como Guadalupe. Todos esperamos que aquel sueño se haga realidad y el mundo sea mejor, mucho mejor con Selena presente, mucho mejor con nosotros felices viendo cómo Selena cumple su sueño y el deseo de todos nosotros…

Jamás me resignaré, Selena. Todos los días hago el mismo esfuerzo de Guadalupe en el convencimiento de que algún día aparecerás en la ventana de mi cuarto para decirme que te ayude a cumplir tu sueño, a ser feliz con tu vida, a calmar mis penas, a detener mi llanto…

Tú cambiaste mi vida, Selena. Por eso te estoy eternamente agradecido. Por eso te recuerdo todos los días…

Yo siempre me acuerdo de ti, Selena …

Te quiere mucho…

Sergio Ernesto Rodríguez
(Buenos Aires, Argentina)



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