Nunca te dejaré caer, nunca estarás sola, Selena…


Corro, corro desesperado. No sé cómo he caído en este lugar. No sé cómo he llegado hasta aquí. Quiero recordarlo pero no puedo. ¡¡Y no debo permitirme en detenerme en ello!! Sé que estoy en Corpus Christi, busco desesperadamente saber la hora para saber a dónde ir. El cielo está plomizo. Creo que están cayendo las primeras gotas. Presiento lo peor, temo estar llegando tarde para evitarlo. Tengo que llegar, debo llegar … No quiero preguntar a nadie para no levantar sospechas … En realidad, lo que temo es que la peor noticia esté llegando … No, no me lo puedo permitir. No puede ser que si llegué a este momento y a este lugar al que tanto desee durante tanto tiempo sea para nada, en vano, para participar más vívidamente del dolor que ya llevo de por sí durante mucho tiempo. Aparte esa persona me lo advirtió, me dijo que parte del trato era llegar en el momento justo para hacer lo que deseaba, lo que debía hacer. Que tenía que agudizar el ingenio, que si tanto quería a Selena ya sabría lo que tenía que hacer, que no iba a dudar, que más que nadie yo sabría cómo debía actuar con Selena en este caso … ¿Pero quién me dijo esto? ¿Qué se supone que yo traté? ¿De qué se trata todo este acuerdo? … Miro a alguien que vende periódicos en una esquina y me permito preguntarle por la hora. Ya había pasado el mediodía. “Por Dios”, me dije. “¡¡Es tarde, es muy tarde!!” Pero no me di por vencido, no me lo iba a permitir. Selena no me lo iba a permitir. Ella no querría estar sola. Al menos debía estar para acompañarla, para cuidarla, para protegerla de aquello, para salvarla, para salvarla del horror, ¡¡para salvarla en todo sentido!! Antes de partir con desesperación al Days Inn le dije al muchacho si había alguna novedad, si había sucedido algo importante en el día. Como me dijo que no, levanté mi pulgar, caminé unos pasos y cuando supe que ya no me veía empecé a correr a toda velocidad. Corrí con esa angustia de saber que no podría llegar, pero con la esperanza infinita de que algo iba a poder hacer, algo debía hacer. Soñé tanto con este momento, desee tanto ese momento y ahora tenía en mis manos poder hacer algo por Selena. ¿Cómo no intentarlo? Yo hubiese preferido otro momento, otra circunstancia, tener más tranquilidad. “Es todo lo que te puedo ofrecer”, me dijo ese señor misterioso. “Yo sé que la quieres, que si fuera por ti, tratarías de advertírselo desde el momento de nacer. Pero tú sabes que contra eso no puedes luchar. Lo hecho, hecho está. Yo sólo puedo ofrecerte un instante, un instante para intentar algo. Y si lo intentas tal vez puedas lograrlo. Es una cuestión de Amor. Es una cuestión de fe. ¿Te animas entonces?”.

Pasaba el tiempo y mis fuerzas iban flaqueando. Corría y corría, pero mis fuerzas me decían “detente” y tenía que parar. También la posibilidad de ver lo peor y no poder hacer nada me hacían casi desmayar. Pero tenía a Selena en mi mente que me decía “Estoy aquí sola. No me dejen aquí sola. Saben que los necesito. ¡¡Al menos sáquenme de aquí!!”. Y allí me reincorporaba, miraba para adelante con la boca abierta del cansancio y seguía con lo poco que tenía, con todo el Amor por Selena, con todas las fuerzas de la voluntad, con las fuerzas de no darme nunca por vencido, con la convicción de dar todo, todo por Selena. “¿Estás dispuesto a renunciar a todo, a todo por Selena? ¿Estás dispuesto a no mirar atrás cuando partas de aquí? ¿Estás dispuesto a salvarla aunque ello implique renunciar a tu vida y a lo que has vivido?”, me dijo aquel señor que ahora recuerdo habérmelo encontrado en un bar mientras tomaba café y miraba nostálgico por la ventana. Me dijo algo de una propuesta que me interesaría muchísimo … ¡¡Puedo ver el Days Inn!! Por un momento creo estar en mi ciudad. Todos los días tengo que ver ese bendito logo camino al trabajo. Tan sólo a unos metros de ese lugar estoy haciendo mis labores todos los días. Basta asomarme a la calle desde allí y puedo ver esa imagen emblemática del dolor, del dolor de Selena … Pero ahora veo el real, el del escenario tan temido, tan indeseado. Estoy casi en el lugar del nefasto día … ¡¡y es el nefasto día!! La lluvia se hace más fuerte y temo que ya es tarde. Corro y miro el logo. Corro y miro las cuadras que me faltan para llegar. Corro y siento el jadeo que me dice “¡¡Basta, párate!!” Corro y siento a Selena que me dice “¡¡Estoy aquí, estoy aquí!! Me duele la espalda. No sé dónde estoy … Escúchenme. ¡¡Aún puedo gritar!! ¡¡Aún puedo escuchar mi voz!! ¡¡Aún tengo el anillo en mi mano!!”. Saco las pocas fuerzas que me quedan y sigo … Y mientras sigo me mentalizo en aquellas palabras de Selena, en aquellas palabras en las que siempre creí y por las que siempre luché: lo imposible siempre es posible. Y con esas palabras y con ese espíritu voy para darme fuerzas, para darle fuerzas, para saber que hay alguien allí para ayudarla, para hacerle sentir que no está sola…

En cuanto llego al hospital, comienzo a ver un gran movimiento. Enseguida veo la ambulancia apostada cerca del lobby del motel. La escena me paraliza, pero tengo que seguir. Tanto desee llegar a este día, tanto luché por hacer algo por el destino de Selena, que ya no pensé más. No dudo un instante. Me dirijo directamente hacia la ambulancia. Recuerdo que ese señor me dijo: “En la vida hay que tener agallas para cambiar el destino, para cambiar la suerte, para luchar por lo que tanto uno soñó. Entonces. ¿de qué lado estás tú?”. Supongo que le debo haber dicho que pertenecía a esa clase de personas o algo así, porque estaba allí y no sé cómo había sorteado a la policía, a los enfermeros y a los empleados del hotel hasta que llegué a esa gente que trasladaba a Selena camino a la ambulancia. Su cara de preocupación lo decía todo. Me hicieron un ademán de que me apartara y yo lo hice con aire de impotencia, como sabiendo de que no podría meterme allí, de que no tenía ningún artilugio para convencerlos de nada. Que si lo intentaba sería apresado, que me detendrían y con ello el destino estaría sellado … Pero pasó ante mí, Selena … Y vi su rostro, y vi su anillo en su mano… Y no quise ver más. Corrí tras la camilla, hice un gesto de pulgar en alto a un policía mientras le mostraba mi documento de identidad como toda credencial y me abalancé tras los enfermeros cuando subían. Cuando intentaron detenerme les grité “¡¡Corran, corran, no piensen en mí, piensen a quien tienen en sus manos!! ¡¡Piensen que tienen a Selena!! ¡¡Sálvenle la vida!! ¡¡No la dejen ir!!”. Por un instante pensé de dónde aprendí a hablar tan bien el inglés. Allí recordé a ese señor misterioso que me dijo: “No te preocupes. Ellos te van a entender. Piensa un poco. ¿Acaso la gente no la entendía igual a Selena a pesar de sus limitaciones? Entonces, descuida. Y no lo olvides, ella te entenderá perfectamente…”. Uno de los enfermeros intentó detener la ambulancia y llamar a la policía, pero una mano detuvo su marcha, se interpuso en el camino. Era la mano de Selena, la mano en la que llevaba el anillo. Él se espantó. De golpe sentimos un sacudón. El conductor del auto, que no dio cuenta del hecho, arrancó el auto y partió rápidamente al hospital. Entonces, sólo atiné a decirles: “Por favor, se los suplico. Déjenme hablarle. Yo no me interpondré en lo que tengan que hacer. Sólo les pido que dejen que Selena me escuche. Ya se darán cuenta de que ningún daño haré. Y no se preocupen. En cuanto termine todo, entréguenme a la policía. Yo no opondré resistencia. Sólo les suplico que me dejen estar con ella, al menos hasta que llegue su familia, mientras ella esté sola, como lo está ahora…”.

Los enfermeros, aún conmocionados por lo ocurrido, se quedaron en silencio y no me dijeron nada. No había tiempo que perder. No había tiempo … Mientras hacían desesperadamente sus intentos de reanimación me acerqué a ella. Me puse a llorar como un niño, como tantas otras veces cuando la veía en un video tras una actuación memorable, tras una declaración, tras una ocurrencia, tras su sonrisa, tras su presencia, tras un logro. Ahora la tenía con ese rostro, con esa mirada que nunca quise ver, que nunca quise aceptar. Ahora no tenía alternativa. Si la quería salvar, la tenía que mirar, le tenía que hablar, le tenía que decir algo, no sé qué, pero algo, algo que le sirviera, además de las curaciones de emergencia, algo más que unas simples palabras de consuelo. Veía su rostro y era un rostro serio, adusto, tenía una mirada que denotaba desconcierto, dolor, furia, impotencia. Era un rostro que estaba llamando, un rostro que se resistía a la realidad … “Si la quieres, ya sabrás que hacer, ya sabrás que decirle. Si la quieres, yo no necesito darte un consejo, yo no necesito decirte nada. Ella sabrá decirte lo que necesita y tú sabrás dárselo, si la quieres…”, me dijo ese señor, cuando convenimos en un acuerdo, cuando acepté su propuesta de venir hasta aquí, “a cambio de renunciar a todo por ella”. Alcé mi mano y le toqué su frente. Mis lágrimas caían sobre mi mejilla sin poder ni querer sacármelas de mi rostro. Luego tomé fuertemente mis manos sobre su mano en la que tenía su anillo y le dije: “Selena, Vine de muy lejos para que no pierdas ese anillo, para que no se te caiga, para que sepas que no estás sola en esta ambulancia. Vine a decirte que no tienes que gritar más. Que ya estoy aquí…”.

“Selena, mi querida Selena”, le dije mirándola tiernamente a sus ojos, como sabiendo que me escucha, como esperando que alguien le hable, como suplicando que alguien la saque de ese lugar, “no te preocupes. Yo sé que saldrás de esto. Sólo piensa en ti. Piensa en lo que te gusta. Piensa en lo que deseas. Sí, ya sé. Sé que estás pensando en tus diseños. Sé que esperaste tanto tiempo en lograr hacer lo que más te gusta. ¿Y entonces? ¿Vas a abandonar? ¿Qué no tienes fuerzas? ¿Qué te cuesta pensar en lo que querrías hacer? ¡¡Pero vamos, Selena!! ¿Recuerdas tus palabras? Sí, esas palabras que dijiste en el Houston Astrodome. Esas que decían ‘Mil abrazos y mil besotes a cada uno de ustedes. ¡¡Cuídense muchísimo y nos veremos muy pronto!! ¡¡Hasta luego. Chau!!’. ¿Que cómo las recuerdo? ¡¡Pasaron sólo 33 días de aquello, Selena!! Tan sólo un mes. La gente cumplió. ¿Y tú, Selena? ¿No vas a cumplir? ¿Acaso los defraudarás? No, Selena, ¡¡eso no lo harás nunca!! ¡¡Vamos, Selena!! Piensa en ellos, en ellos que te quieren, en ellos que darían todo por ti, que ven en ti su mayor representación. Piensa en ellos que te quieren bien, que te quieren ver triunfar. Si triunfas tú, triunfan ellos. ¿Acaso los vas a abandonar? ¿Acaso perderás las fuerzas? ¿Puede más el odio y la enfermedad de una persona que el Amor de ellos? ¿Puede más el olvido y la mezquindad de muchos que dicen quererte que aquellos que dan todo a cambio de nada? Piensa en ellos, Selena. Piensa en ti. Piensa en todo lo que has planeado, piensa en que todo depende de tu voluntad y de tu energía. ¡¡Y tú tienes las ganas y la energía de todo el Universo!! Yo confío en ti, Selena. Yo confío plenamente en ti. Yo te creo. Yo te quiero. Yo quiero lo mejor para ti. Y sé que lo mejor para ti es hacer lo que quieras, hacer todo lo que planificaste. ¿Lo vas a abandonar ahora, justo ahora? ¿Qué tan grave puede ser ese dolor de espalda? ¡¡Nada te detiene, Selena!! Tú lo sabes.¡¡Yo creo en ti!! Yo sé que saldrás. Yo sólo te pido una cosa. Yo sólo quiero que me prometas que no me vas a aflojar ahora, que no me vas a abandonar ahora, que no nos vas a abandonar ahora. Y la mejor forma de demostrarme que lo vas a cumplir a mí y a estos adorables doctores que te van a curar aquí es que no vas a soltar nunca ese anillo que tienes en la mano. ¿Me lo prometes, Selena? ¿Lo vas a cumplir? ¿Lo harás? ¡¡Sé que lo harás!! Ahora voy a retirar mi mano de la tuya y escucha, escucha a los doctores, escúchalos, y tú demuéstrales que todo lo puedes…”.

Retiré mi mano con ese miedo tan difícil de explicar, ese miedo rayano al terror, pero con una fe increíble. Miré a los doctores y les supliqué con la mirada que dijeran algo, que les transmitieran fe y esperanza. No quería dictarles nada. Ella se daría cuenta y se desmoralizaría … Por suerte ellos me escucharon y empezaron a decirle toda clase de palabras de Amor, de cariño, esas palabras que Selena siempre había escuchado. Esas palabras que Selena siempre necesitó escuchar. Por un instante me llevé la mano a mi rostro llenos de lágrimas, me saqué parte de ellas y las deposité en su rostro y la acaricié suavemente y la miré con ternura … Quería que sintiera que estábamos allí, que sintiera lo que estábamos sintiendo, quería trasmitirle el Amor de tanta gente que estaría sufriendo por ese entonces en las calles, en sus casas. Por un instante me olvidé de su mano y de su anillo, y cuando me volví a acordar sentí que estaba en el precipicio a punto de caer. Miré su mano con terror mayúsculo y vi que aún tenía el anillo, y pude notar que su puño estaba más cerrado, más aferrado a ese anillo, más aferrado que nunca…

Uno de los enfermeros me hizo notar que estábamos llegando al hospital y me pidió que bajara con ellos. Entendí que tenía que moverme con ellos sin despegarme de ella. Había que moverse rápido, había que tener rápidos reflejos y no debía retirar mis ojos de Selena. Nunca supe el camino de la ambulancia a la sala de terapia intensiva. Sólo corría y le decía: “¿Te acuerdas Selena cuando cantaste ‘Si una vez’ en el Houston Astrodome? ¿Te acuerdas de ese instante cuando detuviste tu canto y sólo dejaste que se escuchara tu respiración ante 65.000 personas? ¿Te acuerdas de ese bello momento? ¿No podrías volver a recordármelo? Sí, ya sé que no puedes recreármelo todo ahora … Pero, a ver, déjame escuchar tu respiración. Sí, respira como aquella noche y déjame sentir cómo lo haces … Sí, Selena. Así, como lo estás haciendo ahora. ¡¡Qué bueno recrear aquello!! ¡¡Qué bueno que lo puedas volver a hacer!! ¿Te dije que mi canción preferida es “Si una vez”? ¿Te dije que todas tus interpretaciones de ese tema me gustan y que tienes ese talento para interpretarlas cada vez de una manera diferente y siempre lo haces en forma increíblemente hermosa? ¿Te dije que además del Houston Astrodome me encanta cómo lo hiciste en la Feria de Monterrey o en “Padrísimo” en febrero? ¿Te dije que lucías bellísima cuando lo interpretaste en el programa “Un nuevo día”? ¡¡Ah!! ¿Ya lo sabías? ¡¡Debí suponerlo!! … ¿Y te acuerdas…” …Por un instante noté un sobresalto. En lo vertiginoso de la urgencia y en mis ojos puestos en Selena, no me di cuenta de que habíamos entrado a la sala de terapia intensiva. Los médicos empezaron a hacer toda clase de movimientos, pero llamativamente jamás me apartaron. Supongo que deben estar pensando que soy de utilidad, pues sus únicos gestos hacia mí son de que me mueva a uno u otro lugar, o que les deje hacer tal o cual curación a Selena. Yo no quería mirar, no quería dejarme llevar por lo que estaba ocurriendo. No quería transmitirle ni desesperación, ni desánimo de ver aquello. Por eso volví a tomar su mano con el anillo con mis manos, esta vez más fuerte que nunca, me acerque hacia sus oídos y le dije: “Disculpa la interrupción, Selena: es que los médicos me dicen que estás bien, que no pierdas las fuerzas y que mientras ellos te curan, tú te sujetes a mí…”.

Y le volví a preguntar “…¿Te acuerdas cuando interpretaste ‘Where did the feeling go?’ en el concierto de San Antonio, Texas, en 1991? ¡¡Qué bella canción!! Ésa es de mis preferidas en inglés … ¡¡Qué sentimiento que expresas!! ¡¡Qué bella voz tienes!! ¿Lo sabes, Selena, no? ¿Sabes que estás llamada a ser la mejor cantante latina de todos los tiempos, no? Y encima estás por sacar ese esperado disco en inglés. ¿Saldrá en julio? Bueno, por ahí se retrasa un poquito por este pequeño inconveniente de hoy, pero…” … De pronto, siento que su mano aprieta la mía. Los médicos empiezan a hacer gestos de asombro y de alegría. Veo que observan el monitor y sus signos vitales empiezan a funcionar favorablemente. Yo empiezo a estallar en llanto, pero me detengo, porque no quiero transmitir más emoción que lo permitido en ese momento. Aprieto fuertemente su mano, la junto con su otra mano, las junto con las mías, las pongo sobre mi pecho y le digo: “No te preocupes, Selena. El disco saldrá pronto. Pero eso ahora no es lo más importante. Lo importante es que no estás sola. Y nunca lo estarás. ¿Lo sabes, no?”. Me le quedé mirando por un largo rato con la satisfacción de sentirla tan cerca y de sentir sus latidos, sus sentimientos, su respiración, su presencia, su Amor. Sentí que su rostro había cambiado. La veía con una pequeña sonrisa, con un dejo de aquella alegría que tanto la había caracterizado. Los médicos me dijeron que habían llegado los padres de Selena y que querían saber qué estaba pasando. Cuando estaba por contestarles, apareció el señor del que no me acordaba su nombre y me saludó. Noté que nadie lo había visto. Él me dijo: “No te alarmes. Ellos no me ven ni escuchan nuestro diálogo. Vine para dar por concluido el trato”. Lo miré sin entender. Él se sonrió y me dijo: “¿Sabes? Con la excusa del trato te puse a prueba. Quería saber cuánto querías a Selena y me propuse que cambiaría su destino si tú me demostrabas lo que eras capaz de hacer por ella. Ya está. Ya es suficiente. No tienes que renunciar a todo. Vuelve contento a tu tiempo. Te prometo que cuando vuelvas lo que más deseaste en tu vida se verá cumplido. Seguramente te emocionarás cuando la veas. Selena no recordará nada. Pero eso no va a importar. Ya verás que no. Ahora despídete de ella. Es hora de regresar…”. Me dio unos minutos. Yo lo miré como diciendo “¿Y me voy así sin más? ¿Ella estará bien?”. Él se sonrió y me dijo: “No te preocupes. Ella ahora duerme. Eso sí, para que no te alarmes, asegúrate de que el anillo lo tenga bien sujeto a su mano y que no se le caiga. ¡¡Y apresúrate, que tenemos que irnos!!”. Me acerqué a Selena. Junte sus manos que estaban bien calentitas y las apoyé en su pecho, asegurándome de que el anillo estuviera bien sujeto en una de ellas. Miré el monitor y todo funcionaba a la perfección. Me acerqué a ella y escuché su palpitar, y vi que respiraba lenta pero tranquilamente. El señor se reía de mis miedos, pero lo entendía y asintió callado con aire de satisfacción. Lo miré implorando que me deje un ratito más con ella y él lo aceptó. La miré, pasé mi mano sobre su pelo con ternura y le di un largo beso en la mejilla. Y finalmente le dije: “Gracias, Selena, gracias por hacerme tan feliz”…

Me incorporé, miré por última vez todo, la miré a Selena, me di vuelta y me fui sin mirar más atrás. El señor me tomó por los hombros, me palmeó con satisfacción y me dijo “No te preocupes. Todo saldrá bien. Y sal tranquilo. Nadie te verá. Todos estarán mirando a Selena y nadie recordará que estuviste aquí”. Me fui lentamente. Vi a la Familia Quintanilla en pleno riendo con lágrimas en los ojos por las buenas nuevas de los médicos que hablaban de milagro. Me alegró verlos decir que ahora tendrían más cuidado con Selena, y que se preocuparían por verla feliz y no exponerla tanto. También me puso feliz lo que sucedió cuando la asesina se enteró de que Selena estaba sana y salva…

…Tiempo después vi a Selena viniendo por primera vez en gira a Sudamérica. Cuando llegó a Buenos Aires, la vi espléndida, exitosa, feliz. Cuando le preguntaron por lo inevitable, dijo que por suerte todo había pasado, que no recordaba nada de aquello. Sólo recordaba unas palabras que rondaban su cabeza y que le dio la fuerza necesaria para vivir. Dijo que en el medio de no recordar nada le llamaba la atención que tuviera grabado en su cabeza esas palabras: “Lo importante es que no estás sola. Y nunca lo estarás. ¿Lo sabes, no?”. No sabía quién se las había dicho pero era algo que nunca pudo olvidar. Yo me puse a llorar. Mi esposa y mi hija me preguntaron por qué lloraba si se la veía tan feliz. Las miré, pero no dije nada. No les podía decir nada. Sólo yo sabía por qué lloraba. Yo sólo sabía lo que significaba ver a Selena feliz no recordando que yo estuve allí…

(Yo sólo sé que mis sueños se harán realidad. Yo sólo sé que Selena nunca estará sola…)

Yo sólo estoy aquí para recordarte con Amor, Selena. Yo sólo estoy aquí, Selena, para que algún día nos digas que estás bien y que no recuerdas nada de lo que pasó…



Sergio Ernesto Rodríguez
(Buenos Aires, Argentina)














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