Agustinita
era una niña muy tímida ... Y muy sufrida. Había vivido siempre la
discriminación, la burla, el desprecio. En su familia nunca la habían tomado en
serio. Para ella tenían un lugar que ella nunca hubiese deseado. Ella quería
crear, quería hablar, quería ser alegre, quería ser feliz siendo ella misma.
Pero la realidad le fue indicando que Agustinita no podría hacer eso sin pagar
un precio muy alto. Por eso optó por aceptar el mandato familiar y convertirse
en una niña sumisa, introvertida e inaccesible. Sólo por momentos, por contados
momentos, se permitía mandarse una humorada en forma de ironía para expresar lo
que realmente sentía sobre lo que vivía en su ámbito natural. Tenía temor de
convertirse en una mujer infeliz que casi no pudiera tener un novio pues su
padre con diversas excusas se lo espantaría. Tenía miedo de dedicarse a una
profesión que no sentía ni le gustaba para luego abandonarla si lograba tener
al “buen muchacho” aceptado por todos para convertirse en su esposo. Agustinita
desde chica supo lo que era el verdadero significado de la palabra “machismo” y
de lo duro que era ser mujer en este bendito mundo. Pero eso jamás la
condicionó ni la hizo renegar de su género. Muy por el contrario, ella se
sentía orgullosa de ser mujer y lo expresaba en su forma de vestirse, de peinarse,
de mostrarse, más que nada cuando estaba sola y no quedaba supeditada a los
comentarios insidiosos de su familia o fuera de ella. Una vez su padre quiso
cortarle el pelo. Agustinita lo lucía en sus cortos 8 años bien largo hasta la
cintura y se sentía hermosa así. Su padre, con argumentos bastante poco
fiables, la quería convencer de que era necesario ello. La niña podía escuchar
argumentos “razonables” como el tema de los piojos, el peligro de ser una niña
que luciera tan bonita en un mundo “tan peligroso”, pero ella entendía que su
padre quería “afearla” para que no se fijaran en ella, para que no fuera
deseada, para que no empezara a sentirse mujer y que sintiera con el tiempo que
debería hacer su vida como cualquiera. En un punto, Agustinita sintió pena por
el futuro de su padre, pero más temía por el propio. Y eso lo sintió cuando un
día su padre le dijo que fuera a la peluquería para “emprolijarse” su pelo,
pero que no temiera ... Que la peluquería haría lo que ella deseara. Agustinita
fue confiada de la mano de su madre y cuando le tocó a ella ir a ser atendida,
se encargó de señalarle que sólo quería que le cortaran el pelo para que
estuviera más prolijo, que no lo quería cortito, que sólo le cortaran un poco
las puntas ... Agustinita fue viendo cómo la peluquera hacía su trabajo, que
era cortarle el pelo bien cortito ... Cuando notó que sus palabras eran en
vano, miró a su madre y vio que ella estaba llorando ... Agustinita entendió
todo y dejó que le cortaran el pelo sin chistar ... Cuando salió de la
peluquería su madre no dejaba de llorar y de pedirle disculpas ... Agustinita
sentía una mezcla de pena y de odio por su madre ... Podía tolerar la actitud
despótica, arbitraria y autoritaria de su padre. Pero no podía tolerar la
complicidad de las actitudes de los demás, so pretexto de que no podían hacer
nada o porque, en este caso, su madre era la esposa que amaba a la persona que
le hacía “eso” ... La niña entendió lo triste que era ser cómplice del machismo
y de lo que significaba toda esa cadena de relaciones nefastas ... Cuando llegó
a su casa, su padre la recibió sonriente con un hermoso regalo. Era una de sus
muñecas preferidas ... De las que tanto había deseado tener ... Luego le dio un
beso no sin antes decirle: “Era por tu bien, niña....” ... Agustinita entendió
que esa Barbie la había pagado ella con su pelo y con su aceptación de no
sentirse una niña linda, como ella quería ... Tener un regalo no siendo ella
misma ... Agustinita tomó la muñeca y se encerró en su cuarto a llorar por varias
horas ... Nadie se le acercó ... Su padre había dado la orden de que no la
molestaran, que “ya se le iba a pasar...”. Cuando Agustinita volvió no dijo
nada y tardó mucho en volver a la “normalidad”. Silenciosamente se dejó crecer
nuevamente el pelo y muchas veces disimulaba su longitud en su casa teniéndolo
atado mientras lo lucía con todo su esplendor en el colegio o en alguna
fiestita. Pero un día su padre “se acordó” y le dijo la “conveniencia” de que
fuera a la peluquería ... Agustinita no dijo nada y esperó el momento en el que
su madre la llevara para ese lugar de tortura. En el medio del camino se detuvo
y le dijo: “Te lo digo en serio, madre. Si me cortas el pelo pego un grito y
huyo a la casa de una amiga. Quiero volver a casa y que le digas a papi que no
me lo quise cortar. O miéntele y dile que la peluquera no me lo recomendó o que
tú misma no quisiste hacerlo. Pero yo no voy a tener el pelo corto nunca más,
¿me entiendes? ¡¡Yo no voy a sentirme una infeliz con la burla de todos nunca
más!!”. Cuando terminó de decirle eso la niña estalló en llantos y su madre
sólo la abrazó. Sabía que aquello era un límite que no había que sortear ... En
silencio se llevó a Agustinita a su casa y le pidió que se quedara en su
habitación hasta nuevo aviso ... Pasó un largo rato. En algún momento la niña
se acercó a la puerta y apoyó su oreja para ver si podía oír algo. Sólo
escuchaba protestas de su padre e imploraciones de su madre ... Volvió a su
cama mirando fijo la puerta pensando en lo que haría si no resultara que su
deseo fuera respetado. Al rato apareció su madre con una sonrisa y le dijo que
era hora de cenar ... Nada más ... Cuando la niña llegó a la mesa su padre no
la miró ni le dijo nada, pero cuando se sentó sólo alcanzó a decirle. “¡¡Está
bien!! ¡¡Tú ganas!! …pero espero que nunca tengas problemas con los estudios.
Si no, ya sabes lo que te espera...”. La niña asintió en silencio pero por
dentro se sentía feliz. Dada la situación había ganado una batalla. Ya habría
tiempo para ganar la guerra, si es que habría alguna en algún momento...
Cierta vez,
alguien le había dicho a Agustinita que ella siempre llamaba la atención, que
ella era lo suficientemente bonita y lo suficientemente inteligente como para
que todos la tuvieran en el centro de la escena. Y ese alguien le sentenció: “Y
sería bueno que tú lo asumas como tal...”. Agustinita siempre creyó que lo
mejor era permanecer en la vida a un costado, pero con el tiempo comprobó que
esa aseveración era cierta pero por todo lo contrario. En el colegio comenzó a
entender lo perverso y malvado que podía ser el ser humano y desde muy pequeña
edad ... Agustinita era la única latina de su clase y ése era suficiente motivo
como para que todos sus compañeros la discriminaran. Pero, peor aun, ni
siquiera la propia discriminación fue el motivo más importante por el que el
grupo que “lideraba” la clase la marginaba y le hiciera “la vida imposible”. No
sabía por qué. No lo podía entender ... Las chicas la tenían de “punto”. Le
indilgaban cosas, le echaban la culpa de todo, la menospreciaban, la
calumniaban. Y como ella no era de reaccionar ni de contestar en esos términos
tan bajos, le facilitaba las cosas a sus malas compañeras para que siguieran
con sus malos hábitos ... Llegaron al colmo de empezar a difundir que ella era
una “buchona” de su maestra, que le contaba todo a ella sobre lo que hacían sus
compañeras. Y cada vez que la maestra estaba enojada con algo o se le agarraba
con alguien, le atribuían a Agustinita toda la responsabilidad. Por supuesto
que nadie se lo decía en la cara. Sólo una persona que la odiaba le había
mostrado abiertamente su enemistad, y todo surgió porque Agustinita no quiso
hacer algo malo a una compañera de colegio a pedido suyo. “Ya sabes lo que
pienso. En la vida todo es blanco o negro. Si tú no me apoyas, serás mi
enemiga, ¡¡y pagarás por todo ello!!, le dijo María Florencia a Agustinita, y
como ella se negó pagó por todo. Pronto muchas de sus antiguas amigas
comenzaron a darle la espalda; muchas con quienes antes compartían juegos,
sentimientos, secretos inconfesables, comenzaron a retirarle el saludo. Su
ahora enemiga se las había ingeniado para ganarse una por una a sus compañeras,
y con ello sumaba un enemigo más para Agustinita. María Florencia las había
“convencido” de que ella no era confiable. “Ya saben chicas ... Es una latina
... Una ‘morochita’ mexicana de quien sabe qué familia. ¡¡No le hablen!! ¡¡No
la miren!! ¡¡Castiguémosla!! Ella seguro que irá a la maestrita a quejarse. ¡¡Y
nosotros le haremos la vida imposible!! ¡¡Esto es una guerra y tenemos que
ganar!!”, les decía el pequeño monstruo. Las demás asentían, un poco por
convencimiento, un poco por conveniencia, un poco por miedo. Hubo compañeras
que fueron más lejos y hacían méritos para ganarse el favor de María Florencia,
entre ellos despreciar y hasta “chusmear” bajezas de su ex amiga. Otras que no
se mostraban tan distantes de Agustinita, la desconcertaban con actitudes tan
bajas como las otras, pues mientras un día se mostraban muy compañeras dando
charla y hasta haciendo ilusionar a Agustinita con que el calvario iba a
terminar, en otro se mostraban distantes y fieles al “enemigo declarado de
Agustinita”. Un día entró al colegio a las corridas porque llegaba tarde y se
topó con María Florencia que venía en sentido contrario. Desvió rápidamente su
camino aun cuando estaba a cierta distancia, pero lo que le llamó la atención
era que su “enemigo declarado” hizo un movimiento extraño, como si tuviera que
frenar “bruscamente” ante su paso, una actitud francamente exagerada, si se tiene
en cuenta que ni cerca estaba. Pero se le pasó por su mente un día en el que en
un recreo María Florencia se le acercó a Agustinita en un bebedero para decirle
que no se le ocurriera empujarla más. Ella no entendía nada, y fue tal su
consternación y su furia por la acusación que llegó a decirle que si insistía
con esas actitudes llamaría a la policía. Su “enemigo” le preguntó qué quiso
decir con eso, pero Agustinita no le contestó. Ella quiso asustarla con ese
tema, pero no sólo no lo consiguió sino que le generó un fuerte dolor de
cabeza. María Florencia había entendido que Agustinita la iba a acusar con las
autoridades del colegio y decidió anticiparse. A la vuelta del segundo recreo
vio que su “enemigo” hablaba a solas con su maestra. A Agustinita no le llamó
la atención y hasta se preguntó qué problemas tendría la maestra con su
compañera de colegio para que la citara a hablar. En el medio pensó si era
posible que estuvieran juntas acaso porque María Florencia la acusara de algo
malo ... Como a la hora la maestra la llamó a Agustinita y le explicó que su
“compañerita” la había acusado de maltrato, de amenazas y de violencia verbal.
Como nunca Agustinita se sintió impotente. La había calumniado justo la persona
que siempre decía que era ella quien lo hacía, y aunque demostrara que su
“enemigo” había mentido, nunca podría levantar el mote que le habían puesto ...
María Florencia fue citada por las autoridades máximas del colegio para
ratificar con pruebas su acusación. Ella intentó defenderse afirmando que sus
testigos eran “silenciosos”, porque tenían temor de hablar. Cuando Agustinita
se enteró más tarde de este hecho, se preguntó de qué podrían tener miedo sus
compañeras, si todas estaban del lado de María Florencia. Lo cierto es que su
“enemigo” rompió en llantos, admitió su mentira, pidió perdón, mas nunca lo
hizo frente a Agustinita. Sólo a las autoridades del colegio y frente a sus
otras compañeras de colegio. Y si lo hizo fue para asegurarse de que el colegio
no les diría a los padres de María Florencia sobre lo sucedido. Una vez
asegurado eso le dijo a sus compañeras de colegio que eran ciertas sus
acusaciones, pero como no tenía pruebas tuvo que dar “un paso atrás” ... Un
paso atrás en las apariencias, pues en las sombras y en la vida cotidiana le
seguiría haciendo la vida imposible sumando más gente del colegio en contra de
Agustinita. Ella pensó que en otras circunstancias nunca hubiese podido superar
semejante situación. Para Agustinita la falsedad, la mentira y la hipocresía
eran pecados difíciles de aceptar y de perdonar ... Su difícil situación
familiar, el calvario en el que se había convertido su situación en el colegio
y su soledad parecían escollos imposibles de sortear. Pero ya para ese entonces
hubo algo que cambió la vida de Agustinita para siempre, un cambio para bien,
un cambio con Amor, ese Amor que tanto necesitaba dar y recibir. Agustinita
había conocido a Selena y eso cambió su vida para siempre. Nada de lo que había
sucedido hasta entonces podía hacerle sombra. Nada que le estuviera pasando,
por más malo que fuere, podía perturbarla. Estaba allí su ejemplo, su modelo a
seguir, su sueño de que todo se podía lograr con Amor, con esfuerzo, con
trabajo. Esos ideales que Agustinita seguía y confiaba a ciegas. Con Selena,
pensaba Agustinita, nada malo podía pasarle. Con Selena allí, sólo le quedaba
un largo camino de felicidad...
Agustinita
conoció a Selena de la mano de una de sus compañeras de colegio, pero de otra
clase, de las que María Florencia aún no tenía influencia. Ésta le acercó el
disco “Entre a mi mundo”, que incluía los hits “Como la Flor” y “La carcacha”,
y Agustinita quedó fascinada. Pronto quiso ser como ella y de poquito fue
vistiéndose como ella, actuando como ella, mostrándose como ella, hablando como
ella. Ya para ese entonces Agustinita tenía 12 años y ya no había padres que le
impidieran ser y parecer como ella deseaba, pero con límites. Ya su padre no
estaba en condiciones de exigirle cortes de pelo u otras arbitrariedades, pero
aún se sentía con autoridad como para ser firme en que fuera de casa tenía que
seguir mostrándose como una “chica normal”. Pero en muy poco tiempo esas
exigencias se acabaron. Selena había pegado tan fuerte en la gente que no sólo
atrapó a Agustinita, sino también a sus padres. Ellos comenzaron a admirarla
por su talento, por su generosidad, por su carisma, por su sencillez.
Agustinita vivió sus tres mejores años de su vida. Vio por primera vez que
tenía futuro, que su presente era hermoso, que nada de lo malo que hubiera a su
alrededor podría afectarle. Alguna vez escuchó que alguien decía: “Ya verás: si
tú cambias, los demás cambiarán contigo...”. Y eso lo empezó a comprobar
Agustinita. Ella estaba feliz luciendo su pelo “a lo Selena”, vistiéndose como
ella, cantando sus canciones, participando de sus éxitos. Frente a tanta
maldad, frente a tanto futuro incierto, frente a tanta injusticia, frente a
tantos sinsabores, Selena aparecía como su esperanza, como el horizonte que se
había perdido, como la felicidad plena. Si Selena había llegado siendo “una de
ellas”, ¿cómo no podrían llegar al éxito los demás? Todo. Todo había cambiado
con Selena. Sus padres parecían más buenos, más entendedores de sus problemas y
de sus deseos. Más de una vez la fueron a ver juntos y para Agustinita eran
imborrables esas imágenes de felicidad cuando se iban a comer luego de los
conciertos, y hablaban horas y horas de ella. Agustinita sentía que había
llegado al paraíso luego de vivir el infierno. Fue como si alguien hubiese
venido una noche y por arte de magia cambiara el humor, las perspectivas, la
vida cotidiana y el presente de la gente. Y esa magia era Selena. Sin duda era
ella. Y las ironías de la vida hizo que hasta las cosas en el colegio
cambiaran, aunque fueran a la fuerza o por apariencias, según fuera el caso ...
Hacia fines de 1994 las autoridades del colegio habían anunciado que en breve
vendría a visitarlas la mismísima Selena. Agustinita no lo podía creer. Apenas
si escuchó que venía. De los demás que dijeron ni dio cuenta: que Selena era la
cabeza visible del programa sobre la vuelta de los niños al colegio, que venía
para hablar con ellos sobre la conveniencia de no dejar los estudios y de
seguir una vida sana ... Agustinita corrió a su casa y lo anunció a los gritos
a su madre. Estuvieron mucho tiempo juntas entre risas y sollozos. Agustinita
podía sentir como nunca que estaba tan cerca de sus padres como no lo había
estado nunca ... Nada podía detenerla en su felicidad, como nadie podía
detenerla a Selena. Estuvo semanas preparándose para ese gran momento y notó
con una mueca de suma ironía cómo sus compañeritas querían mostrar un interés y
un apego a Selena que no habían tenido antes. Y vio cómo algunas quisieron
acercarse a ella, ahora que la suerte “había cambiado”. Agustinita se sonreía
pero les decía poco. Gozaba del momento pero más gozaba por Selena. Nada para
Agustinita estaba por encima de ella. Su mente estaba en función de lo que ella
vivía, su vida era su vida, su futuro era el de ella. Su felicidad le
pertenecía. ¿Qué más podía pedir? Sólo verla, verla en persona, algo que nunca
pudo hacer a pesar de haberla visto en concierto muchas veces. Algo que tampoco
buscó, pues Agustinita era de aquellas personas que pensaba que había que
admirar a la distancia, que no había que tirársele encima a sus ídolos con el
pretexto del cariño, que nadie tenía derecho a hostigar a alguien por más
admiración que se tuviera. Temía por lo que fuera a hacer cuando apareciera
Selena, pero ya había pensado en una estrategia. Estaría en un costadito y la
escucharía sin que tuviera oportunidad de que Selena la fuera a ver. Luego
trataría de pedirle un autógrafo en el tumulto, cuando ella sólo fuera una más
de los fans y que Selena no pudiera distinguir ... Así era Agustinita. Su
propia vida le impedía sentirse protagonista y su gran admiración por Selena le
hacía entender que ella era lo importante y no los demás. Con esa idea llegó al
gran día, el día que vería a Selena por primera vez ... El día que vería a
Selena por última vez...
Cuando Selena
apareció en el aula magna del colegio, Agustinita creyó desmayar. Se la veía
tan radiante con su peinado voluptuoso para atrás y con una gran melena
enrulada en sus espaldas que se la veía inalcanzable. Agustinita lucía como la
otra versión de Selena, con su pelo largo y negro con flequillo que casi le
tapaba los ojos. Y pronto esa figura que parecía de estatua y distante
desapareció por la misma actitud de Selena. Ella había empezado dando una
especie de discurso, pero pronto dejó de lado esa forma protocolar de
expresarse para dirigirse al público del modo que ella sabía hacer mejor.
Empezó a hacer chistes, les cantó sus mejores temas y les dijo que nunca había
que abandonar sus sueños, que todo se podía lograr. Agustinita estaba muy
emocionada y cada tanto saludaba a sus padres que estaban del otro lado de la
sala y que estaban presentes por invitación de su hija para ver a Selena.
Agustinita miraba a su alrededor y todo era felicidad. Hasta sus compañeritas
que tanto la habían fustigado parecían quedar encantadas con Selena. Sabía que,
como con todo en sus vidas, se habían acercado más por conveniencia y por
“cholulismo” que por otra cosa, pero también sabía que Selena podía sacar lo
mejor de ellas aunque fuera poco lo rescatable ... En un momento Selena se
detuvo y dijo: “¡¡Hey!! ¡¡Los noto un tanto calladitos!! ¡¡Me gustaría que
ustedes hablaran también!!...” y miró como buscando a alguien. Agustinita fue
escondiéndose cada vez más, pero pronto sus nunca bien ponderables “compañeras
del colegio” se abrieron paso y señalaron a Agustinita a los gritos como para
que Selena no tuviera forma de no advertirlo. Selena fijó su vista y en un
segundo dio cuenta de todo. No dijo nada y fue hacia donde estaba Agustinita en
total silencio. Cuando la tuvo de frente sólo dijo: “¿Pero cómo no te vi antes?
¡¡Tú eres Selena!! ¡¡Ven conmigo!!”, y se la llevó al estrado a las carcajadas.
Cuando llegó a él con Agustinita de la mano, le dijo casi al oído: “Sé lo que
sientes. Por eso te traje. Deja todo en mis manos. Confía en mí. ¿Lo harás?”.
Agustinita sentía que se desvanecía pero aun así le alcanzó a decir que sí con
un leve gesto de asentimiento. Selena pidió un aplauso a la mujer más bonita de
la sala ... “porque se parece a mí”, tras lo cual echó sus clásicas carcajadas
a las que todos siguieron, incluida Agustinita. Selena la hizo protagonista
preguntándole sobre lo que quería, sobre lo que pensaba, sobre lo que esperaba
para ella y para los demás en un futuro. Al principio, Agustinita sólo
balbuceaba algunas palabras. Temía que lo que dijese provocaría la burla de
todos, pero en cuanto posó sus ojos en Selena supo que no había nada que temer,
que ella le daría el respaldo y la confianza que siempre había querido tener
... “Yo sólo quiero que todos sean felices por lo que son y por lo que desean ser.
Me gustaría que el mundo se rigiera por la verdad, por la justicia, por la
igualdad. Que no haya tanta maldad, tanta mentira, tanta envidia. Me gustaría
que nos pudiésemos mirar a la cara y saber quiénes somos realmente ... ¡¡Y
quisiera que siempre te vaya bien, Selena!! Si te va a ti bien, nos irá bien a
todos. ¡¡Tu felicidad es la nuestra también!!”, dijo Agustinita y rompió a
llorar. Selena la abrazó fuerte y tiernamente. “¿Has visto que podías decir lo
que pensabas y emocionarnos a todos? Nunca lo olvides, Agustinita. No permitas
que nadie se lleve lo que tienes en tu corazón ... Eso es lo más valioso. Y
aunque te quieran quebrar, aunque haya cosas que te duelan y te hagan sentir
mal, no te dejes llevar nunca por el rencor y por el resentimiento. No seas
como esas personas que no saben vivir sin herir a los demás. Tú no eres como
ellos. Si te dedicas a dar Amor, a la corta o a la larga recibirás lo mismo ...
¿Lo harás? ¿Lo harás por mí?”, le dijo Selena mirándola a los ojos. Agustinita
con una sonrisa y lágrimas en los ojos le dijo que por supuesto lo haría.
Selena le dio un gran beso y le dijo: “Ahora ve con los tuyos que tengo que
seguir hablando. ¡¡Nos vemos luego!! ¡¡Te espero!!”. Agustinita se fue y mucha
gente se le acercó. Le preguntaban cosas, le decían cosas. Pero ella no los
escuchó. Sólo se quedó pensando en lo que le había dicho Selena. Sentía una
rara sensación. Parecía como si Selena se estuviera despidiendo, como si se
fuera a un largo viaje que haría casi imposible un nuevo encuentro. Agustinita
pensó que tal vez se lo decía porque la fama de Selena haría casi imposible que
la fuera ver ... Pero pronto dejó de pensar en ello cuando en el medio del
gentío que pedía de ella un autógrafo Selena la llamó. Cuando estuvo cerca de
ella sólo le dijo: “Si alguna vez puedes venir por Corpus Christi con gusto te
recibiré. Si no es así, tal vez en abril pase de gira por aquí, ¡¡y tú serás la
primera invitada y la que tendrá la mejor ubicación!!”. Agustinita la abrazó y
le dijo que la quería mucho. Cuando se estaba por despedir, Selena le preguntó.
“¿Acaso no me vas a pedir un autógrafo?”. Agustinita de la emoción había
olvidado por completo eso. La tuvo tan cerca a Selena que ni reparó en ello …
Cuando iba a buscar papel y lápiz, Selena le dijo: “No busques nada … Ya te
escribí uno para ti ... Agustinita empezó a leerlo: “Never stop being who you
really are. That's the most important. No matter what anyone says
... If you give love, receive only love. Never
forget that! With love Selena. November 21, 1994”. Agustinita sólo atinó a
decirle: “Jamás olvidaré este momento y jamás olvidaré lo que me dijiste y
escribiste ... ¡¡Lo tendré siempre presente en mi corazón!!” Y se dio el último
abrazo y le dio el último besote a Selena antes de que el personal de seguridad
se la llevara ... Agustinita la saludaba interminablemente con su manito y
Selena se daba vuelta para devolverle el saludo mientras se iba
irremediablemente ... Hasta que no la vio más ... Hasta que no la volvió a ver
nunca más...
Cuando llegó
la terrible noticia, Agustinita estaba preparándose para el concierto que
Selena daría en su ciudad en el mes de abril. Hasta allí se había mandado
cartas con Selena. Ella le había anunciado la apertura de sus boutiques en
Corpus Christi y San Antonio, le escribió sobre sus conciertos del Far West
Rodeo, del Astrodome y de tantos otros. Selena no tenía mucho tiempo pero se
las ingeniaba para escribirle que ya había comenzado a grabar el disco en
inglés, que había participado en conciertos multitudinarios como el de Noches
de Carnaval y el de Calle 8. Que estaba muy atareada, porque tenía que ir a
Sudamérica, pero que con todo lo que tenía por hacer como cantante y como
diseñadora no sabía cuándo lo podría hacer ... “Tal vez lo tenga que dejar para
el año entrante. Tengo que terminar mi disco en inglés y salir de gira con él.
Eso más los compromisos asumidos y la apertura de mis boutiques en Monterrey y
México DF” cubren todo 1995. Tal vez espere un año más ... Aún tengo tiempo.
Soy joven ... Y esto que te voy a decir es una confidencia. ¡¡No se lo digas a
nadie!! Estoy pensando en tener un niño, pero eso será más adelante. ¿No es
acaso esto hermoso? ¿Tener tantos planes, tantas ganas de hacer cosas y poder
ir concretándolas? Necesitaría que el día tuviera 36 horas, pues a veces, debo
confesarte Agustina, estoy muy cansada. No todo es tan sencillo...”, le
escribió Selena dos semanas antes. Agustinita no quiso ni llorar ni escuchar
nada. Su propio impulso de desesperación y de supervivencia la llevaron a
aquellas cartas. Se aferró a ellas y no quería soltarlas. Como si el tenerlas
la harían mantener con vida, como si eso fuera el aire y la sangre que Selena
necesitaba para seguir viviendo. Pero sabía que algo malo había pasado y
buscaba entrelíneas en aquellas cartas alguna pista, algo que le indicara qué
era lo que estaba realmente pasando, qué era lo tan malo que había en el medio
de la vida de idilio de Selena ... “Pues a veces, debo confesarte, Agustina,
estoy muy cansada. No todo es tan sencillo...”, retumbaba en la cabeza de
Agustinita una y otra vez … De pronto vio que su madre se acercó, la miró y la
tomó de las manos, haciendo que sus cartas cayeran al suelo ... Agustinita
entendió todo y lloró como nunca lo había hecho ... Sintió que ya nada tenía
sentido. Si a Selena le pasaba eso, ¿qué sería de su vida, qué sería de su
destino? Su madre intentaba consolarla, pero era todo en vano. Ella también
estaba destrozada. Más tarde vino su padre. La abrazó y sólo le dijo dos
palabras: “Perdón, mi’hijita” y se fue a llorar sin que lo vieran. Por horas,
por días, por semanas Agustinita vivió en el limbo. No podía reaccionar, no
podía entender, no podía concebir ni su vida ni este mundo sin Selena ...
Tampoco lo quería vivir ni imaginar ... Por momentos quería romper todo, dejarse
llevar por la ira, por el rencor, por la furia, por la resignación. Hubo un día
en el que estaba por destruir todo lo que tenía de Selena en su habitación. No
lo iba a hacer realmente, pero necesitaba sentir que podía desprenderse de
tanto dolor, quería creer que con enojo y con furia podía olvidarse de todo. Y,
como todos, quería ir donde estaba la asesina para hacer justicia por sus
propias manos. Había levantado una caja para arrojarla contra la pared hasta
que mágicamente vio caer un pequeño papel ... Un solo papel ... Era el
autógrafo de Selena. Y volvió a leer esas palabras: “...Si das Amor, sólo
recibirás Amor. ¡¡No lo olvides!!...”. Agustinita volvió a llorar, pero de una
manera tétrica, mezcla de dolor, de furia, de estupor. Era un quejido de
lamento, era una angustia interminable. “¡¡No, Selena!! ¡¡Ya no puedo dar
Amor!! ¡¡Sin ti es imposible que pueda darle cariño a alguien!!”, dijo
Agustinita y volvió a llorar. Al rato, cuando quedó rendida en un rincón de su
habitación mirando la nada misma, vio una luz que venía de afuera que se iba
agrandando. Alguien estaba entrando a su habitación. Lo hacía lentamente.
Agustinita quería preguntar quién era, pero no pudo. Estaba exhausta y sin
ganas de nada. Vio que la persona que ingresó invocaba su nombre pero ella no
la podía reconocer. Estaba tan destrozada que se dio vuelta para un costado
para no mirar más que la pared que permanecía oscura. Iba a cerrar los ojos
cuando escuchó que ese alguien le decía casi susurrando: “Vine para ayudarte.
Sé que no me quieres pero te entiendo. Sólo vine a decirte que cuentas conmigo.
¡¡No quiero que estés así y sola!!” Agustinita abrió los ojos repentinamente y
se dio vuelta, como si diera cuenta de quién era y sin poder creer lo que
estaba viviendo. Y lo que presentía se cumplió. Era María Florencia, que estaba
llorando mientras trataba de mantener su sincera sonrisa de piedad. “Sé que fui
muy mala contigo. Y lamento haberme dado cuenta de ello después de lo que le
sucedió a Selena ... Si quieres, me voy. Lo voy a entender. Pero quiero que
sepas que puedes contar conmigo. Sólo tienes que llamarme que allí estaré...”.
Agustinita bajó su mirada y no dijo nada. María Florencia se levantó y le dijo:
“Sólo te ofrecí odio y rencor. Es lógico que reciba esto. Y es justo. Espero
que algún día ambas nos encontremos en la esquina dando Amor y recibiendo
Amor”, tras lo cual apuró el paso para irse disimulando su llanto. Agustinita
la dejó ir. Pensó: “¡¡Qué me importa lo que diga ahora!! ¡¡Qué pague lo que me
hizo siempre!! ¡¡Se lo merece!! ¡¡Jamás la perdonaré!!”. De pronto Agustinita
se sacudió por el estruendo de los truenos que amenazaban una gran lluvia. Como
aquella del nefasto 31 de marzo ... Y recordó lo que pasó ese día, lo sola que
estaba Selena, y lo que le pidió aquel día en el que se vieron y que Agustinita
le prometió. Como el mismo rayo que le apareció de pronto Agustinita salió
corriendo hacia la calle. Había comenzado a llover y vio cómo a unos metros
María Florencia se iba lentamente llorando sin consuelo. Agustinita le gritó y
corrió hacia ella. Su ex enemigo se dio vuelta y fue a su encuentro extendiendo
sus brazos. Al rato se abrazaron fuertemente. Estuvieron largo tiempo así en el
medio de la lluvia. María Florencia volvió a disculparse, pero esta vez Agustinita
la interrumpió: “No, amiga. No es tiempo de pedir perdón. Si hubo una pelea,
las dos tendremos nuestras responsabilidades. ¿Sabes lo que hace poquito me
escribió Selena? Lo mismo que me has dicho tú hoy. ‘Da Amor y recibirás Amor’.
Y si tú me has dicho esto y tuviste el noble gesto de visitarme y disculparte,
entonces no eres tan mala. Tú también tienes algo muy noble en tu corazón ...
Te propongo una cosa ... ¿Por qué no empezamos a dar Amor recordando a Selena,
tal cual ella lo hubiese querido? ¿Qué te parece? ¿Trato hecho?” y la miró con
una gran sonrisa a María Florencia. Ésta le respondió con otra sonrisa y con un
“¡¡Trato hecho!!”, y se volvieron a abrazar en el medio de la lluvia. Tuvo que
venir su madre a rescatarlas de un seguro resfrío. Pero a Agustinita no le
importaba. Estaba feliz. Y volvía a estarlo de la mano del Amor de Selena, del
Amor de una persona que nunca imaginó que se lo iba a dar, pero que le demostró
que, como todos, lo puede ofrecer con sólo proponérselo, como Selena siempre lo
dijo, como Selena lo demostró en cada uno de sus actos...
(La vida
tiene esos desafíos, algunos muy difíciles de explicar. De todo se aprende
algo. Sólo si lo deseamos podemos hacer de éste un mundo mejor. Si pudiéramos
ser como Selena, si pudiéramos seguir su ejemplo, estaríamos ante la presencia
de una humanidad mejor. Tal vez nunca lo logremos, pero si la tenemos presente
algo bueno estaremos haciendo, algo buenos por nosotros, algo bueno por este
mundo, algo bueno por Selena).
Selena:
siempre te llevaré en el corazón … Y espero que, con el recuerdo a ti como
artista y como persona de cada uno de los que realmente te quiere, todos
saquemos lo más lindo que guardamos en nuestras Almas…
Te quiere
mucho…
Sergio
Ernesto Rodríguez
(Buenos Aires, Argentina)
(Buenos Aires, Argentina)
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