Era una tarde soleada en Buenos Aires. Corría marzo de 1995 y todos habíamos recibido la noticia triste de que el hijo del presidente había tenido un terrible accidente que lo dejaba en una segura muerte. Estaba en mi trabajo y pude apreciar y sentir la consternación que produce la muerte de alguien tan joven. Pude sentir que por un instante nos dábamos cuenta de qué era lo importante en la vida y qué superfluo era todo, ese todo por el que tanto luchamos todos los días pensando en que eso es lo importante, el objetivo de nuestras vidas. Ese silencio de la gente, esa consternación, ese sentimiento del sinsentido nos alejaba de evaluar esa noticia en función de lo político o de lo institucional del país. Todos nos dimos cuenta de que se estaba muriendo alguien que tenía todo para vivir, todo el derecho a vivir, y que ese derecho y esa vida se escapaban, como tantas cosas absurdas que nos enseña este mundo a aprenderlas bajo el rótulo de “sabiduría”…
Me quedé mirando largamente la ventana en la oficina y pensaba cómo todo cambia en un minuto, qué tonto somos en creer que todo lo tenemos controlado, que todo es falible y fácil de predecir. Pensaba en ese muchacho al que lo conocía por lo que representaba pero no sabía nada de él, y pensaba en que de nada sirven los cuidados, de nada sirve tener todo, de estar bien económicamente, de tener la vida asegurada, y de tener un presente y un futuro promisorios. Ni siquiera sirve tener todas las buenas intenciones en el medio de los que no la tienen. De nada sirve tener todos los custodios, todos los recaudos, todo el éxito, todo el dinero. El día menos previsto sucede, y si uno no está preparado, todo lo que uno construyó se desvanece como un mazo de naipes. Supongo que era ésa la sensación que podía respirarse en el ambiente, y tal vez eso explicaba mi pensar y mi sentir en ese momento … Pero por alguna razón extraña sentía una mayor angustia. Sentía que algo en poco tiempo podía pasar y que eso me iba a afectar mucho. No sé por qué sentía eso, pero lo sentía. No sé por qué me llamaba la atención el cielo. Había sol, estaba despejado, pero yo sentía un extraño olor a humedad, y a mucha, mucha lluvia. En un momento pensé que era el efecto del cortinado que daba un aire como de oscuridad al ambiente. Tal vez me confundía la eterna humedad de Buenos Aires, que se empecina en aquel marzo a no dejar el verano para que ingrese de una buena vez el otoño. No sé. Me empecé a impacientar y me sobresalté cuando sentí el ruido de un trueno. Definitivamente pensé que había enloquecido y me acerqué a la ventana para corroborar mi grado de lucidez. Cuando llegué el lugar, corrí el cortinado y amplié mi vista mirando el cielo y la autopista que pasaba muy cerca del edificio en el que estaba. Por un momento pensé si algún día uno de los tantos inconscientes que manejan no volaría saliéndose de la pista e incrustándose en la ventana en la que yo estaba. Me reí sarcásticamente de mi imaginación sin límites que por momentos tengo, cuando miro hacia el patio lindero al edificio y veo una rosa, una flor blanca que estaba tirada en el suelo. La flor estaba intacta, se podía oler hasta su perfume. Pero estaba allí marchitándose. Eso me inquietó. Sentí premonitoriamente que una mujer a la que no conocía corría peligro…
Volví a mi lugar de trabajo sin poder concentrarme en mi tarea de corrector, con todo lo que ello implica. Alguien me preguntó si seguía angustiado por el accidente del muchacho. Yo me le quedé mirando como no entendiendo a qué se refería. Yo estaba en mi mundo, en ese mundo de incógnita en el que trataba de descifrar mi preocupación y mi angustia, y no había notado que la gente ya no estaba con ese sentimiento de sobrecogimiento. De la necesidad de saber lo que pasaba se pasó a la morbosidad por saber detalles y la confirmación de lo inevitable. Así somos los humanos también .... Cuando pude dar cuenta de todo, le dije a la persona que se había acercado que estaba todo bien, que en realidad estaba pensando en otra cosa. “Es que estás conmocionado por lo que pasó”, me dijo. “Es posible”, le dije, como para que se marchara rápido y me dejara solo. Cuando quise volver a mis asuntos, sentí que esa espera, esa incertidumbre de si la muerte del muchacho estaba confirmada -que en el fondo, por las noticias que llegaban, era un hecho- me generó más angustia. Esa espera, esa flor, esa lluvia, esa mujer … ¿Y por qué debería ser mujer? Algo me decía que era una mujer y que no era de aquí. Debía ser de otro lugar, de un lugar en el que lloviera. Era loquísimo mi razonamiento pero yo lo sentía como algo seguro. Lo podía vivir. ¡¡Lo estaba sintiendo!! Sabía que si no hacía algo pronto, lo que le sucedería a esa mujer me iba a provocar un dolor insoportable y jamás me perdonaría no haber hecho lo imposible para evitarlo, al menos para advertirlo. Sentía que mi cuerpo se salía de mí mismo. Por suerte llegó la hora de salida del trabajo y no dudé en partir rápidamente en busca de la respuesta a mi angustia.
Cuando salí enfilé directamente para el subterráneo, pero a los pocos metros algo me detuvo. Sentí una canción que yo no conocía que salía a gran volumen de la ventana de un edificio. Hablaba de una flor que se marchitó, y de una mujer que sabe perder su Amor y que se marcha con mucho dolor. “Qué extraña letra”, me dije. “Nunca escuché esa canción, pero qué linda voz que tiene esa mujer”, afirmé. Cuando pude fijar la ventana en la que salía esa canción pude ver la esbelta silueta de una mujer que iba bailando ese tema. Tenía una remera rallada en tonos blanco y negro y un pantalón negro. Pero lo que más me llamó la atención era la pose de baile que tenía. Tenía permanentemente alzados los brazos que se juntaban en el extremo superior de sus manos y así mantenía el ritmo de la canción. Era una bella mujer de pelo largo negro y flequillo. Y aunque quería marcharme del lugar para aplacar mi angustia, no podía hacerlo pues me llamaba la atención la gracia que tenía esa mujer para bailar. Cantaba a viva voz y sonreía en todo momento mientras iba a uno y otro lado del departamento bailando y desplegando su imponente figura. Cuando iba a retirarme para seguir con mi búsqueda, noté que la mujer, sin dejar de bailar ni de cantar, me mira y me manda un saludito. Luego vuelve su mano a su pecho, hace un gesto de agradecimiento y sigue su camino. “Yo conozco a esa mujer”, me dije. “¿Pero de dónde?”. Enfilé para el edificio buscando una respuesta, una palabra de esa mujer. Cuando llegué a la puerta del departamento en el que supuestamente estaba, noté que no había ningún interruptor para accionar y ser atendido. También noté que no se escuchaba ni la música ni a aquella mujer. Aun así golpee una y otra vez la puerta, mas nadie me contestó. Estaba por irme cuando por alguna razón la puerta se abrió. Eso me inquietó. En otras circunstancias hubiese huido despavorido. También en otras circunstancias no hubiese intentado llegar a ese lugar. Pero por esta mujer estaba dispuesto a hacer lo que sea. Me asomé y podía sentir el silencio ... Empujé tímidamente la puerta y me animé a entrar ... No había nada. Era un departamento deshabitado. Se notaba que alguien lo había abandonado pues se veía el polvo que había quedado de unos muebles que se habían retirado de allí. Al avanzar llego a un gran ventanal que llevaba a un patio. Para mi asombro, observo que allí estaba la flor blanca, intacta, ocupando sola el amplio patio de cemento vacío. Me acerqué a ella y la tomé. Podía sentir su perfume, su frescura. Era increíble que estuviera en ese estado allí. Cierro mis ojos para apreciar su aroma cuando en mi mente se me dibuja la imagen de esa mujer con su remera rallada que sonríe largamente mientras lee una carta y sostiene en su mano esa misma flor blanca. Abro los ojos y veo que hay otra flor escondida tras una roca que estaba teñida de rojo producto de su abandono al lado de unos ladrillos. No dudé un instante. No quise cerrar los ojos de nuevo. Me aferré a mi flor y partí raudamente a la calle…
Mi confusión era total. Sabía que algo iba a pasarle a aquella mujer, pero no sabía quién era ni de dónde era. Cuando llegó a la esquina observó que una mujer iba en un vehículo y detiene su marcha al ponerse el semáforo en rojo. Junto a ella se detiene un auto deportivo. En él iba un apuesto hombre que la mira y le sonríe. Ella también lo hace, por lo que deduzco que vendrían juntos en esa circunstancia desde hacía unas cuadras. En un momento el hombre llama a un chico que vendía flores en esa esquina. Le compra un ramo y se lo ofrece a la mujer. Ella lo acepta gustosa y lo mira tiernamente. Justo en ese momento se pone la luz verde. El hombre toma la delantera y dobla hacia su derecha y la mujer toma el mismo destino. Por un largo rato me quedo mirando cómo las figuras de esos autos se van desvaneciendo sin retorno. Me doy vuelta, miro al florista y señalando esa pareja que acababa de marcharse le pregunté si los conocía o si era alguno de ellos alguien famoso. Como me dijo que no, decidí caminar un largo rato en la misma dirección en la que se habían marchado. “Yo esta escena la vi en algún lado no hace mucho”, me dije. Y así caminé en dirección a mi casa un largo rato buscando esa respuesta. No podía acelerar el paso o apurar los tiempos para llegar a mi casa. No podía volver hasta hallar esa respuesta. Por las dudas, llamé a mi casa y dejé tranquila a mi esposa pidiéndole por favor que me dejara llegar más tarde para poder pensar…
¡¡Al fin lo recordé!! ¡¡Sí, era ese video!! Ese video de esa mujer que conocía a ese muchacho en una estación de servicio y que luego se encontraban en esa esquina. Jamás supe quién era. Yo estaba esperando un programa en MTV, y como aún faltaba para que empezara el programa que quería ver, me quedé escribiendo algo para pasar el tiempo. Hasta que vi esa imagen y me llamó la atención. Nunca la escuché pues tenía el televisor en “mute”, pero no pude dejar de preguntarme por qué si la pareja se había encontrado en la esquina y cada uno después seguía el mismo camino, al final del video se encontraban en esa misma esquina y tomaba cada uno un camino distinto. Ese interrogante producto de no haber visto bien el video quedó instalado en mi inconsciente y ahora volvía a la luz. ¿Sería ésa la mujer que corría peligro? Y si era, ¿quién era? ¿Cómo ubicarla? ¿Alguien la conocería? Tenía que moverme rápido. Sentía que no había tiempo que perder…
Cuando llego a mi casa, mi esposa me anoticia que el muchacho había muerto. Inmediatamente veo la televisión y veo todas las escenas de dolor y de consternación expresadas en esas caras. Me puse pálido. A esa mujer le pasará lo mismo. Lo presentía. ¡¡Lo podía ver!! Corrí al teléfono y empecé a llamar a un montón de gente para que me ayudaran en mi búsqueda. Pero nadie supo qué decir. En mi desesperación eché mano a un último recurso, que era averiguar el número de teléfono de MTV y preguntar por Ruth, una de las conductoras del programa que yo veía para que me ayudara. Ella era argentina y me entendería. En realidad, las posibilidades de que la ubicara y de me ayudara eran poquísimas. Pero mi determinación me marcó el camino. Tuve la suerte de que me atendiera gente amable que al escuchar mi tono de voz, no dudaron en ponerme en contacto con Ruth. Le plantee desesperadamente que me dijera quién era aquella mujer. Le describí el video y la hora en la que lo vi, y luego hice un silencio como esperando que me colgara el teléfono de inmediato. Increíblemente me dijo amablemente que me esperaba un ratito. En ese instante, entra mi esposa a la habitación y me pregunta por esa flor. No me había dado cuenta de que en todo momento la tenía en la mano aferrada como un talismán. Pronto sentí que así debería permanecer hasta que se la pudiera ofrecer a aquella mujer. Estaba por explicarle a mi esposa algo difícil de plantear cuando Ruth me dice: “La mujer que tú buscas se llama Selena. Aquí es muy conocida. Está en su mejor momento … ¡¡y ya te voy adelantando que pronto irá para la Argentina!!”. Ese dato más que alegrarme me llenó de angustia e incertidumbre. “¿Pero falta para que venga, no?”, le dije. Y Ruth me dijo con una cortesía que jamás imaginé de ella: “Si llega a ir este año será al final de él. Si no, recién será en 1996…”. Le agradecí con un hilo de voz y me quedé pensando mientras dejaba deslizar levemente el tubo del teléfono por mi oreja. Es Selena la que corre peligro. ¿Cómo le aviso? ¿Por qué creería en alguien a quien no conoce en base a supuestos? Tomé con más firmeza esa flor y me puse en marcha. ¡¡Debía averiguar dónde estaba ahora y salir ya!!
Pronto hice mis averiguaciones telefónicas y supe que Selena estaba en Estados Unidos. Pero no tenía la precisión de la ciudad en la que estaría. Según el día, podía estar en Corpus Christi, lugar en el que residía, en San Antonio, en Miami, en Chicago. Opté por ir a Corpus Christi, ¿pero cómo llegar? Ni siquiera tenía visa ni nada. Cualquier trámite que pudiera hacer me haría llegar tarde. Lo podía presentir. ¡¡Lo sentía!! Llamé desesperado a Zulma, una amiga. Le plantee mi problema. Ella me dijo que estaba loco, pero se quedó muda cuando le dije que por favor tuviera en cuenta mi pedido, más que nada porque sabía que ella pronto estaría viajando a Estados Unidos para intentar vivir allí. Era cierto, pero yo no tenía forma de saberlo. Sólo lo intuí ... “Mira. No sé cómo sabes ese dato, ¿pero qué más da? Lo único que puedo hacer es que te hagas pasar por parte de la tripulación del avión en el que viajo en dos días, ya que viajo en el vuelo en el que trabaja un primo mío. No sé cómo harás para viajar porque sé que le tienes terror a los aviones y nunca viajaste en ellos, no sé qué le explicarás a las autoridades y menos a tu esposa”. Se lo agradecí infinitamente y me dispuse a partir. Tuve la inmensa fortuna de averiguar las fechas de concierto de Selena y sabía que para mi llegada estaría en San Antonio o en Corpus Christi. Cuando supe ello, me preparé para arriesgar todo para ir a un lugar que nunca visité y ver a una mujer a quien no conozco para prevenirla de algo que ni yo sé qué será, pero sabía que lo tenía que hacer porque sabía que sería terrible para ella. Si no lo hacía, habría mucha gente llorando y una mujer sin posibilidades de vivir una vida que se la merecía. Lo intuía, lo sabía, ¡¡lo sentía!! Así se lo expliqué a mi esposa. “No te preocupes. Vendré pronto. Hay que hacer algo para que todos seamos felices con nuestras vidas en un mundo en el que no se tenga que lamentar de tan absurda ausencia”. Se lo decía con la seguridad de esas personas que viajan en el tiempo sabiendo qué hacer y en qué momento. No era mi caso. Pronto me vi en la calle con la flor blanca en la mano y con toda mi ilusión aferrada a ella. Iba en busca de alguien a quien apenas sabía de su existencia pero que sentía que la conocía de toda la vida, como si fuera una hija, la novia de toda la vida, una madre, una gran amiga, una dulce mujer, una esposa. Ya no había más que pensar. Iba en busca de mi destino, iba en busca de torcer el destino de Selena…
Subí al avión e hice de oficial a bordo como si lo hubiese hecho toda mi vida. Eso sí: nunca quise mirar por las ventanas pues seguro que me arrojaría por ellas. En todo momento, Zulma me supervisaba riéndose, pero ayudándome si me veía en dificultades. Pero le di poco trabajo. Cuando me concentro en algo y estoy determinado a hacerlo, nada me detiene. Lo que me esperaba superaba todo miedo, toda angustia. Estaba cada vez más cerca de Selena, más cerca de mi destino. Cuando tocamos tierra en Miami, se apoderó de mí el miedo que tuve en todo el viaje y casi me muero allí. Me tuvieron que atender de urgencia. Pero mi fuerza por llegar a Selena me hizo recuperar rápidamente. Cuando tomé conciencia, Zulma me estaba llevando en un taxi a su destino. “Tuviste suerte, pues cuando te desvaneciste, yo dije que era tu esposa y nadie se molestó en saber si era cierto o no. Ahora voy al departamento de mi tío. Hasta aquí te puedo ayudar. En Corpus Christi te la tendrás que arreglar tú solo…”.
Desde la casa del tío de Zulma me fui en innumerables transportes que me depositaron en Corpus Christi sin saber si Selena estaba allí. Estaba cansado, no sabía dónde buscarla y corría todos los riesgos de que me llevaran preso, pero no me importaba. Estaba determinado a hacerlo y estando en Estados Unidos, nadie me podía detener. Como pude, llegué a un hotel. Ni me preocupé por lo que me costaría. El cansancio, la premura y la desesperación por buscar a Selena me llevaron a instalarme en un lugar con lo último de dinero que tenía. Cuando salí ya dispuesto a preguntar por Selena, veo un gran bullicio, unas cámaras de televisión y una mujer a la que estaban entrevistando. Me acerqué, esperando si acaso los de la televisión podrían decirme dónde estaría Selena hasta que pude ver que la entrevistada era una mujer que lucía una remera rayada de colores blanco y negro y pantalón a tono. Era Selena … ¡¡Era Selena!! Me acerqué tímidamente, un poco para no llamar la atención, otro poco para que no pensaran que pudiera hacer algo raro y otro poco porque no sabía qué decir. Cuando la tuve bien cerca pude apreciar un tono de tristeza en la cara. Hablaba de sus proyectos, de sus planes, de sus sueños, pero algo me decía que estaba preocupada, angustiada, dispersa, confundida. Incluso sentía que algo cerca de ella era el motivo de su tristeza. De pronto empecé a entender y sentir la magnitud de mi presentimiento y me puse a llorar. Quería acercarme pero no podía. Selena era ya una estrella y cualquier movimiento brusco traería más problemas que soluciones. De pronto mi determinación se desvanecía a tal punto que sin notarlo que la seguía teniendo se me cayó la rosa blanca producto de los empujones de la avalancha de la gente que quería ver a Selena. Cuando la voy a recoger, alguien me dice: “Supongo que esa rosa es para mí, ¿no?”. Levanto mi vista y veo que Selena me mira fijamente y se echa a reír. Yo la miro con lágrimas en los ojos, y ella, como si lo supiera todo, asiente con la mirada y me dice: “Vamos, Acércate. Ven a darme esa rosa”. Un sentimiento se apoderó de mí y solo corrí hacia Selena y la abracé fuerte, muy fuerte. Podía sentir ahora en carne viva su sentimiento, todo lo que pasaba por su cuerpo en ese momento. “No me digas nada. Te estaba esperando. Estaba esperando que me dieras la última esperanza”. Quité mis brazos de su cuerpo, la miré fijo y le dije: “Es para ti, Selena. La traje de muy lejos. Sé que es la flor que te gusta. Espero que no se haya marchitado”. Selena la tomó, la miró, se sonrío y me dijo: “Es la flor más hermosa que me han regalado”. Pero no pudo con su genio y me dijo: “¡¡Pero ya sabes que me llano ‘Selina’, no ‘Selena’!!”, y echó una de sus tantas carcajadas. Yo no podía parar de llorar de la emoción. Ella paró de reír y me miró tiernamente. Luego de un silencio interminable fue ella quien me abrazó y me dijo: “No te preocupes. Y antes de que me lo preguntes, te prometo que me voy a cuidar”. Yo la miré y le dije: “¿Y me prometes que harás tu concierto en Los Ángeles?”. Ella me miro extrañada y exclamó: ¡¡Vaya que sabes mis pasos!! ¡¡Te juro que el 1 de abril estaré allí!!”. Y me guiñó un ojo. “Entonces te espero en Argentina. Vendrás este año, ¿no?”. Ella me miró y me dijo. “Lo que has hecho por mí no tiene nombre. Con esa flor que me diste me has devuelto la vida. Luego de grabar mi disco en inglés iré para allá”. Y antes de que se lo agradeciera de por vida, me dijo. “Eso sí: ¡¡tú te haces cargo de la promoción de mi visita!!” y se echó a reír de nuevo. “Pero ahora ven conmigo. Déjame que arregle tu vuelta a tu país. Supongo que si te agarran en esta situación tendrás problemas, ¿no?”. Yo asentí y me dejé llevar por el camino que ella me proponía en la seguridad de que todo sería distinto, muy distinto…
Como Selena debía seguir con la entrevista y con todos sus asuntos, quedamos en volvernos a ver cuando ya tuviera todo para regresar a la Argentina. Cuando tuve todo listo, me llaman de la conserjería para avisarme que ya tenía un vuelo asignado a la noche y que había un auto para llevarme al aeropuerto. Cuando bajé a pagar mi estadía, me dijeron que ya estaba todo pago. “¿Por quién?”, le dije. El conserje se sonrió y me dijo señalando detrás de mí con su bolígrafo: “Por esa persona”. Me di vuelta y era Selena, quien me miró sonriendo y me hizo un pequeño saludito. Lucía espléndida con el pelo suelto, muy diferente al momento de la entrevista en la que lo tenía atado. Como yo me movía tímidamente, fue ella quien me tomó del brazo y me llevó al auto. “Aproveché la confusión y me escapé de todos para llevarte”. Y cuando me vio con cara de preocupación, me dijo: “Antes de que me lo digas, no te preocupes. Están todos avisados, pues saben de ti y muchos se encargaron de arreglar tu problema”. Allí mismo me dio los pasajes y unos papeles con los que podría viajar sin problemas a la Argentina. “Pues bien, todo está en orden. ¡¡Así que sonríeme por un instante, por favor!!”. Yo la miré con emoción, la tomé de las manos y le dije: “Tú sabes muy bien que eres la mejor y que tu destino es ser la mejor cantante latina de la historia. También sabes lo que quieres. Por eso, sólo por eso, ¿me juras que te cuidarás y no desaprovecharás esa oportunidad que te dio la vida?”. Ella se sonrió, me miró con una expresión que nunca le había visto y me dijo: “Sé por qué tienes temor. Y te entiendo. Pero aprendí una cosa contigo. Por esa gente que me dio todo y que está dispuesta a dejar todo por mí, sabré apreciarlos no dándoles ningún motivo para que sufran ni para que lloren. ¡¡Y sé que cuando dé mi concierto en Los Ángeles, todo cambiará!! ¡¡Te lo prometo!!”.
El auto llegó al aeropuerto con el tiempo justo para tomar el avión. Selena me dijo que me apure y me acompañó corriendo para el embarque. Por un lado quería irme porque me esperaban mi esposa y mi familia. Pero por otro no quería dejar a Selena. Como si me leyera el pensamiento, Selena me dijo cuando llegó el momento de despedirme: “Ve tranquilo. Yo sabré cuidarme. No te defraudaré”. Yo no podía dejar de mirarla y de llorar. Selena increíblemente empezó a lagrimear, pero enseguida me pegó con su mano mi brazo y me dijo: “¡¡Vamos, vete, que se te va el avión!!”, y echó a reír, como tantas veces lo hacía para no demostrar sus verdaderos sentimientos. Luego se me quedó mirando y me dijo: “Gracias por venir a salvarme. Te estaré siempre agradecida…”. Y se acercó a mí y me dio ella un fuerte abrazo. Yo la abracé con ternura y con firmeza. No quería soltarla jamás pero tenía que hacerlo, tenía que certificar que podía hacer lo que me había prometido. Me acerqué a su oído y le dije varias veces en voz baja: “Por favor, Selena, cuídate, cuídate, cuídate, cuídate, cuídate…”, y me permití darle un beso en la mejilla. Era como si la conociera de toda la vida, es como si todo lo que sentía Selena lo sintiera yo. Me aparté y le dije: “Bueno, adiós”. Ella me sonrío tiernamente y me dio uno de sus clásicos saluditos. Me fui alejando y cuando estaba por entregar mi pasaje le grité: “¡¡Mil abrazos y mil besotes, Selena!! ¡!Cuídate muchísimo y nos veremos muy pronto!!”. Y no pude evitarlo. Corrí de nuevo y la abracé de nuevo y empecé a llorar como un tonto. Ella sólo me abrazaba en silencio. Lo entendía todo, lo sentía todo, como yo sentía lo que le pasaba por su cuerpo y por su alma … “Ve, tranquilo. Sabré cuidarme. Pronto estaré allí. Muy pronto”. Me aparté de ella definitivamente y le dije: “Hasta luego, chau”. Y me fui. Y en todo el trayecto hasta que ya no la vi más, me di vuelta y la saludé cientos de veces. Tuvo que pasar que me llevaran a la rastra dos oficiales para el avión para que me fuera de allí, lo que provocó las carcajadas de Selena. Era la mejor imagen final que me podía llevar de ella…
Ya en el avión, y sin poder dejar de llorar, para despejarme revisé los papeles que me dio Selena para regresar a mi país. Cuando estaba por guardarlos, notó que se cae un pequeño sobre. Lo abro y veo una tarjeta. En ella veo el nombre de Selena y una flor blanca debajo. En su interior, en su lado izquierdo había un autógrafo de Selena con la leyenda “Gracias por salvarme la vida. Te quiere mucho. Selena. 20 de marzo de 1995”. En su lado derecho, no había nada; sólo una nota en letras muy pequeñas que decía: “para ser autografiado sólo en Argentina”. Volví a llorar hasta que noté que en el sobre había una foto. Era una foto hermosa en la que Selena miraba sugestivamente a la cámara llevándose la mano al pecho. Detrás había una notita: “Ésta es una de las fotos que se incluirán en mi disco en inglés. Eres el primero en verla. Cuídala como un tesoro. Es la foto que más me gusta. Te quiere mucho. Selena. 20 de marzo de 1995. PD: ¡¡Cuídate!! ¡¡Nos veremos muy pronto!!”. Vi de nuevo la foto, le di un besito y la guardé junto con la tarjeta. Miré el cielo y sonreí sin recordar mi terror a los aviones. Sé que veré a Selena muy pronto. Sé que volveré para agradecerle todo lo que hizo por el Amor de tanta gente. Cerré mis ojos y me permití dormir, reteniendo todas las imágenes de Selena, sabiendo que sólo ella y su suerte me traerían alegría y felicidad...
Cuando desperté ya estaba en mi país y en mi casa. Todos estaban durmiendo. Estaba en mi cama aun con la ropa que tenía puesta en Corpus Christi. No recordaba nada de cómo llegué allí. Sentí terror de que sólo fuera un sueño hasta que vi la tarjeta. Eso me calmó. Podía seguir durmiendo tranquilo. Todo estaba en orden. Pronto podía explicar todo y saber que luego podía levantarme en un mundo con Selena…
(Ojalá mañana me despierte y note que todo esto ha sucedido y que Selena está aquí para autografiar el lado derecho de mi tarjeta…)
Todos los días sueño contigo, Selena. Todos los días vivo por ti para que tú vuelvas a ocupar ese lugar que por derecho te pertenece…
Nunca descansaré hasta volver a verte…
Simplemente te quiere con toda el Alma…
Sergio Ernesto Rodríguez
(Buenos Aires, Argentina)
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